Las vidas de un viaje

Se dice que los viajes se viven tres veces: cuando los soñamos, cuando los vivimos y cuando los recordamos.

Mi sueño requiere de un trabajo previo. Se inicia con la búsqueda del lugar en sí, que para mí, es una de las tareas más complicadas, pues me cuesta decidirme, pensar dónde voy a ir en ese periodo que he reservado para marchar lejos pero sin saber aún en qué dirección exacta moverme. Cuando tienes infinitas posibilidades es cuando más difícil resulta tomar decisiones.

Luego, tras estudiar varias opciones, casi como si de un arrebato se tratara, compro los billetes del medio de transporte que me llevará a ese lugar y a partir de ahí, empiezo a enredar: leo, estudio, veo mapas, me informo de lugares, recorridos, medios de transporte, visados… Son días de locura, hasta que llega la calma cuando digo: «hasta aquí. Solo el futuro sabe lo que me depara y no se puede planear nada». Pero al menos, ya tengo una pequeña idea de lo que quiero hacer y cómo lo puedo hacer. Todo lo demás, va surgiendo sobre la marcha.

De la segunda vida del viaje, la que se vive, no se puede hablar, pues ésta es la que se experimenta únicamente en ese momento presente.

Y la tercera vida. ¡Qué decir de ella! Esa tercera vida del viaje, es la que me lleva hasta aquí ahora. A lo largo del tiempo he intentado olvidar el pasado, o simplemente no recordarlo. Incluso sabiendo que ha sido maravilloso lo que he vivido, no le encontraba beneficio a rememorarlo, al menos no a largo plazo. Por eso no vuelvo a ver antiguas fotos, no releo mis libretas, intento no acumular objetos como recuerdo. Porque el pasado para uno mismo ya no existe, pero quizá ese pasado, ayude a otros a tener un nuevo planteamiento de futuro.