RUMANÍA
Una semana recorriendo lo imprescindible
Itinerario:
- Día 1: Llegada a Bucarest: Visita de la ciudad
- Día 2: Castillo de Peles – Rasnov – Castillo de Bran – Brasov
- Día 3: Iglesias fortificadas: Prejmer y Harman – Rupea – Viscri – Sighisoara
- Día 4: Carretera Transfagarasan – Sibiu- Castillo de Corvino
- Día 5: Salina Turda – Garganta Turda – Baia Mare
- Día 6: Iglesias de madera de Maramures – Moldovita
- Día 7: Monasterios pintados de Bucovina: Moldovita, Sucevita, Humor y Voronet – Bucarest
- Día 8: Vuelo de vuelta
Día 1: Bucarest
Nuestro vuelo aterriza antes de las once de la mañana, por lo que tenemos todo el día por delante para conocer la capital del país. Recogemos nuestro coche de alquiler y nos dirigimos al centro de la ciudad, donde sin saberlo se están celebrando durante el fin de semana dos festivales, uno de Comic Con, que en nuestro caso no es algo que nos llame la atención aunque le daban más ambiente a la ciudad, y el otro el Bucarest Street Food Festival que resultó ser todo un descubrimiento que nos hizo disfrutar más aún de nuestra estancia en la ciudad.


Pero vamos por partes, pues antes de comer hay que hacer hambre, así que nos fuimos a visitar los principales enclaves de una ciudad de la que no esperábamos mucho pero que nos sorprendió muy gratamente por su belleza y sobre todo por el animadísimo ambiente en sus calles repletas de bares, restaurantes y gente divirtiéndose al aire libre y disfrutando del tiempo extrañamente veraniego para esta época del año. Bucarest es una ciudad vibrante, juvenil y artística que ha sabido dejar atrás los horrores de su pasado político.
La ciudad tiene dos áreas bien diferenciadas pero unidas entre si y se llega de una a otra caminando. Una de ellas es la Petit París, donde nosotros nos alojábamos, en la que destacan los edificios neorenacentistas, museos, el liceo, el teatro, grandes avenidas repletas de cafés de moda y restaurantes lujosos… Y el otro área es el casco antiguo, con callejuelas estrechas, iglesias ortodoxas, monasterios, recovecos y también muchos bares y restaurantes con muchísimo ambiente.

Como solo teníamos un día completo en la ciudad, no pudimos dedicarle demasiado tiempo a cada uno de sus atractivos, pues más bien tuvimos que hacer una visita general rápida a una capital europea en la que se podría pasar perfectamente un fin de semana completo descubriéndola. Así que, en el caso de solo tener un día como nosotros, aquí van nuestros imprescindibles: El Parlamento, considerado el edificio más grande del mundo después del Pentágono es una construcción imponente que se alza al final de la gran avenida que conecta con la Piata Unirii Bucuresti. En el casco antiguo no puede faltar el Monasterio Stavropoleos, recorrer las calles perdiéndose en el corazón de la ciudad hasta llegar al Pasajul Macca Villacrosse. De ahí tomamos la Calea Victoriei que es la arteria principal de la ciudad en la que se encuentran los museos y edificios más distinguidos, hasta llegar al Arco del Triunfo que nos conecta con el parque en el que se encuentra el Palacio de Primavera del dictador Ceaucescu.



Después nos dejamos perder en el festival gastronómico y algo más tarde dejamos al gentío que siga disfrutando de la larga noche y nos retiramos para al día siguiente tomar un nuevo destino.
Día 2: Castillo Peles – Rasnov – Castillo Bran – Brasov
Amanecemos en la capital pero muy pronto la abandonamos para dirigirnos a la localidad de Sinaia, famosa por ser la puerta de entrada a Transilvania y albergar el neorrenacentista Castillo de Peles, así como el más pequeño situado cercano al mismo: Palacio de Pelisor. En nuestro caso, vimos ambos desde el exterior, pues los dos estaban en remodelación a la vez y decidimos que no merecía la pena entrar a pesar de que no había colas, pero las lonas que colgaban de su fachada no nos invitaban a pagar para ver un interior que quizá estaba en el mismo estado. Empezaba a llover, así que decidimos marcharnos, parando antes en el Monasterio de Sinaia, lugar clave para la formación de este pueblo que comenzó a crecer en torno al mismo. Pero también estaba en obras. Esto es lo que tiene venir en temporada baja, que los principales atractivos turísticos aprovechan para ponerse a punto para el verano.


Así que, tras esta visita de los castillos sin pena ni gloria desde el exterior, ponemos rumbo a Rasnov. Este pueblo tiene una calle principal que me ha resultado muy bonita y muy auténtica, con sus casitas casi iguales en cuanto a forma pero todas en diferentes colores, de estilo medieval. Me ha encantado, a pesar de que parezca una simplicidad. El centro urbano no es uno de los lugares que la gente se anime a visitar, pues Rasnov es conocido fundamentalmente por su fortaleza, ubicada en lo alto del monte. Sabemos que está cerrada desde hace tiempo, pero aún así decidimos ir, al menos para ver las vistas desde arriba. Nuestra sorpresa llega cuando una vez atravesado el pueblo, tomamos el desvío a la fortaleza y casi al final de la carretera donde se encuentra el parking para ascender, encontramos muchísimo ambiente, creyendo que se trata de algún tipo de fiesta local pero lo que realmente había era un evento Nacional de Carreras de coches Deportivos. Así que pasamos allí buena parte de la mañana, disfrutando del ambiente y viendo la carrera antes de iniciar la subida a la fortaleza, que a pesar de estar cerrada, merece la pena dar el paseo y entrar en la parte accesible, pues al menos podemos hacernos una idea de cómo era el pueblo fortificado en la Edad Media. Además, una vez arriba tendremos unas maravillosas vistas del entorno desde lo alto de la montaña, justo detrás del cartel al estilo Hollywood, que nombra a la ciudad en lo alto de la cima, al igual que sucede en la ciudad de Brasov.

Cuando estamos allí arriba, no nos damos cuenta de dónde nos encontramos, pero cuando lo ponemos en perspectiva, cuando lo vemos desde la distancia, concretamente desde la autovía que une Bram con Brasov, se ve esta fortaleza como algo blanco diminuto entre las verdes montañas del paisaje. Desde lejos es idílico. Además, en la parte baja del pueblo, en la calle principal, asoma la torre de su iglesia con el cartel al fondo y la ciudad fortificada. Desde la distancia, desde arriba, desde abajo… es precioso. Este pueblo me ha encantado.
De ahí vamos al Castillo de Bran, el lugar que no podemos dejar de visitar en nuestra visita a Rumania, aunque sólo sea por popularidad, pues considero que hay muchos lugares más interesantes que este castillo al que hizo famoso Bram Stoker.

Llegamos a última hora de la tarde sin la intención de visitarlo por dentro, pues habíamos oído que no merece la pena su interior, por eso tomamos la decisión de ir cuando estaba cerrado, para huir de la masificación. Hemos tomado algunas fotos desde los jardines, y después hemos pensado que desde algún punto cercano se debería ver en perspectiva, así que hemos tomado una carretera que subía hacia un monte y al final hemos conseguido nuestra panorámica desde lo alto. Desde luego, no podíamos irnos de Rumanía sin ver este castillo de tanto renombre. Y sí debo decir que es bonito, que la primera visión resulta espectacular, pero tampoco es algo que me haya dejado sin palabras. Hay muchas cosas desconocidas mucho mejores por ver en Rumanía.
Después conducimos hasta Brasov, lugar donde haremos noche. Parece ser que nos encontramos con todas las festividades posibles en este viaje, pues tenemos la suerte de disfrutar de un concierto de musica tradicional que se está celebrando en la Plaza Sfatului a nuestra llegada.
Brasov es una ciudad con un centro histórico muy interesante, agradable de pasear, con muy buen ambiente y varios lugares que visitar, pues tiene edificios imponentes. El más importante de ellos, la llamada Iglesia Negra, podemos distinguirla desde la calle principal a lo lejos, imponente, alzándose sobre los demás edificios. Es una construcción gótica preciosa y enorme. En torno a ella y a la plaza mencionada se articula la ciudad, allí se encuentra la Casa del Consejo, y detrás de la Iglesia las antiguas puertas de entrada la ciudad. No hay que perderse la calle de la cuerda, denominada la calle más estrecha de Europa, aunque tengo mis dudas y desde ahí a un paso queda la Sinagoga. También podemos apreciar aún parte de sus antiguas murallas defensivas y luego dirigirnos a la parte donde se encuentran los museos más importantes y el Parque Central.


Merece la pena dedicarle tiempo a esta ciudad, para conocerla y perderse por sus callejuelas, pues sobre todo en la noche, se puede entrar en uno de los numerosos callejones iluminados que llaman la atención invitándonos a entrar, y una vez que lo hacemos, en la mayoría de ellos encontraremos un pequeño jardín con un bar o rodeado de tiendecitas. Hay que dejarse llevar por la ciudad y también, dirigir la mirada hacia el cartel de Brasov, situado en lo alto del Monte Tampa, una subida que realizaremos al día siguiente.
Día 3: Brasov – Prejmer – Harman – Rupea – Viscri – Sighisoara
Al amanecer en Brasov la subida al monte Tampa nos espera, con el sol que empezó a brillar desde la tarde de ayer y que nos seguirá acompañando durante el resto de nuestro viaje. A pesar de que hemos venido en temporada baja, no podemos ser más afortunados con el tiempo, pues tras la tímida lluvia del primer día, los días restantes serán soleados con una media máxima de 27 grados, algo totalmente inusual en este momento del año pero que nosotros agradecemos inmensamente.

Para subir al monte hay dos opciones: el teleférico que ahora están remodelándolo de cara al verano y el camino que sube desde el mismo punto donde inicia el teleférico. La caminata dura aproximadamente 1 hora de subida, más el tiempo que nos tomemos en lo alto deleitándonos con las vistas de la ciudad, que desde aquí se me antoja como una maqueta perfectamente conservada. Arriba estamos completamente solos, de nuevo nos encontramos tras el cartel con el nombre de la ciudad que veíamos desde abajo, presentándonos la perspectiva opuesta, confirmándonos que esta es la ciudad más hermosa de Rumanía en lo que llevamos de viaje, pero también es algo que al final de nuestros días en el país seguiremos afirmando.
A media mañana abandonamos la ciudad para visitar la iglesia fortificada de Prejmer, la primera de varias que nos esperan en el recorrido del día, pues lo dedicaremos enteramente a visitar este tipo de construcciones que dominan este área. Habíamos leído que Prejmer es la mejor conservada, la más grande e impresionante y en la que más merece la pena que entremos en el caso de que sólo queramos visitar una de ellas, así que, a pesar de que por fuera no nos dice mucho, accedemos a su interior y nos deja completamente sorprendidos. Es más impresionante de lo que hubiera imaginado, no sólo por la iglesia en sí misma, pues es simple (aunque bonita) y no muy grande, si no por toda la fortificación que la rodea, con sus numerosas habitaciones, despensas donde guardar el grano y los animales durante los largos asedios, sus murallas de defensa, sus tejados… Le dedicamos un buen rato a explorar todos sus laberínticos rincones en los que estamos completamente solos.



Después ponemos rumbo a la cercana iglesia fortificada de Harman, que en este caso sólo veremos desde fuera, con su imponente campanario alzándose más de 50 metros desde el suelo.

Continuamos el camino con destino Viscri, pero por el camino paramos para ver de lejos la fortificación de Rupea, recinto al que decidimos no entrar, pues en su interior solo se conservan las murallas. Desde ahí conducimos por uno de los paísajes más bonitos que hemos visto en Rumanía, entre pequeñas aldeas diseminadas a lo largo del ondulante verde intenso, en cuyo centro levantan campanarios oscuros como el de Dacia, justo antes de llegar a la localidad de Viscri. Éste último es denominado el pueblo más antiguo y tradicional del país, pero parece que ha cobrado mucho auge turístico en el último tiempo, pues está perfectamente organizado para su visita, aunque nosotros no tenemos esa sensación pues apenas nos cruzamos con otra docena de turistas. Viscri, además del propio encanto del pueblo con sus calles empedradas o de tierra, en las que el agua de los caños fluye rebosando en troncos de árboles tallados como piletas, el ganado está suelto, el transporte local son los carros de caballos, las casitas están pintadas de diferentes colores, hay paz absoluta…


Además de esto, tiene una iglesia fortificada que es una auténtica maravilla, pues es muy diferente a las demás. Es pequeñita. En ella abunda la madera en su tono original y los tejados rojos que resaltan con los enfoscados blancos. Alberga un museo de historia y artilugios artesanales, una exposición de cerámica y se puede subir a la torre de la misma, siendo éste su punto estrella, proporcionándonos desde arriba unas vistas increíbles de todo el paisaje verde que nos rodea, del antiguo cementerio y de las casas del pueblo, algunas de ellas con más de 200 años elaboradas con idénticos sistemas arquitectónicos y pintadas de diferentes colores. Estar en este pueblo es como retroceder 200 años en el tiempo, es un lugar único y para mi gusto, uno de los imperdibles en el país.

Continuamos disfrutando del día espectacular hasta llegar a la que dicen es la ciudad más bonita de Rumanía, Sighisoara, pero para gustos están los colores, y en nuestro caso ese título lo seguirá teniendo Brasov. Sighisoara cuenta con un casco antiguo amurallado que alberga varias iglesias en su interior. El principal acceso al mismo se hace bajo la Torre del Reloj, y una vez dentro podremos recorrer varias callejuelas, ver torres e iglesias en un entorno de calles empedradas, o subir al punto más alto a través de un pasadizo cubierto de madera que le da cierto aire místico desembocando en un mirador con bonitas vistas del atardecer en nuestro caso. Es una pena que la iluminación de la ciudad no sea la adecuada y en lugar de aportarle belleza durante la noche, se la reste. Al día siguiente le daremos a esta ciudad una segunda oportunidad para conocerla, pero no hará más que reafirmar lo que ya habíamos sentido durante la tarde.



Día 4: Sighisoara – Transfagarasan – Sibiu- Castillo de Corvino
En nuestro paseo matutino por la ciudad de Sighisoara, vemos un poco más de la misma, en un ambiente diferente, pero nuestra percepción no cambia, para nosotros no es la más bonita de Rumanía. No nos gustan las ciudades sin alma, ciudades que se han convertido en un decorado turístico porque apenas nadie vive en ellas, porque los alojamientos turísticos, tiendas de recuerdos y lugares dedicados al turismo han desplazado a la vida local. Con el repicar de la campana a través de las manos del muñeco situado en la torre del reloj, abandonamos la ciudad para conducir cerca de una hora y media hacia la carretera más bonita de Rumanía.

La Transfagarasan es una visita obligada si se está en el país en los meses de verano; pero en el mes de abril está cerrada al tráfico cerca de su punto más alto, aunque eso no impidió que llegáramos hasta el último kilómetro abierto al tráfico. Pero no adelantemos acontecimientos.
La carretera en sí, conocida por ser la de los osos, es por algo… Durante el ascenso se empieza a ver muchísima vegetación pero también numerosos carteles para que tengamos cuidado con los osos, y sobre todo, que no les demos de comer. Por esto, imaginamos que quizá veamos alguno, pero lo que no imaginamos es que en medio de la carretera habría una familia de tres osos descansando y viendo con total normalidad cómo pasamos a su lado. Quizá ellos estén acostumbrados, pero a mí me parece increíble verlos allí en medio, y que ni siquiera estén asustados. En ese momento pienso que aunque la carretera esté cerrada y no podamos ver mucho más, para mí ya ha merecido la pena hacer el largo viaje hasta allí.
Continuamos y llegamos a la zona de aparcamiento e iniciamos el sendero de unos 40 minutos caminando, e incluso en ocasiones trepando, hasta la base de la Cascada Balea. Camino totalmente recomendable, pues es preciosa.

Si disponemos de tiempo y paciencia suficiente, quizá sea buena opción tomar el teleférico, aunque fuera de temporada funciona bajo demanda, en grupos de 8 personas como mínimo o en horarios muy espaciados en el tiempo, así que habrá que calcularlo muy bien para no quedarnos colgados en lo alto y perder la única cabina que funciona. Nosotros decidimos no subir en él y conducir para seguir nuestro camino.
En apenas hora y media llegamos a la ciudad de Sibiu, aparcamos y nos vamos a comer por ahí y a disfrutar de uno de los miles de helados suculentos que nos miran en cada esquina, mientras nos dejamos llevar por sus callejuelas empedradas, sus casitas de colores, sus dos catedrales (en una de ellas aprovechamos para subir a la torre accesible y tener una vista panorámica de la ciudad) y sus tejados característicos con ventanas a modo de ojos que parece que nos están observando. Simplemente nos dejamos deleitar por la ciudad, una bonita ciudad tradicional transilvana en la que tenemos una amplia oferta cultural y un ambiente bohemio. Además de las dos catedrales, no podemos dejar de visitar la Plaza Mare, la Plaza Mica y la Plaza Huerta, conectada con la anterior por el afamado Puente de las mentiras.

Es una ciudad para pasearla y disfrutarla, incluso de noche, lo que era nuestra intención en un primer momento, pero decidimos cambiar los planes y marcharnos antes de lo esperado para dirigirnos al que dicen es el castillo más increíble e impresionante de toda Rumanía: el Castillo de Corvino.
El Castillo de Corvino está situado en la localidad de Hunedora, y llegamos al atardecer, una hora antes del cierre y también una hora antes de la puesta de sol, tiempo perfecto para verlo sin apenas gente y con los preciosos tonos anaranjados reflejándose en los tejados y en las imponentes paredes del mismo, dotándolo de un ambiente mágico. Desgraciadamente, también estaba en proceso de restauración, aunque con solo una pequeña parte cubierta por andamios de madera, no con horrendas lonas publicitarias como era el caso del Castillo de Peles.

Fue el único castillo que visitamos por dentro en el país, y debo decir que es enorme. Se compone de varias salas en las que tenemos expuestos diferentes objetos, desde elementos de tortura a mobiliario y vestimentas de la época o esculturas de artistas locales. Una de las mejores experiencias dentro es la visita a la torre aislada a la que accedemos a través de un estrecho puente de madera para después entrar en un largo pasillo que nos lleva hasta la subida a la torre.

Nos quedamos a dormir en esa ciudad, muy cerca del castillo. Buscando un lugar donde cenar encontramos La Fontaine, el único restaurante abierto en la zona con buenas opiniones, así que nos dirigimos allí sin saber mucho más, descubriendo que es un lugar increíble con unas maravillosas vistas del castillo al anochecer, muy buen precio y comida excelente. La guinda del pastel de un día perfecto.
Día 5: Corvino – Salina Turda – Garganta Turda – Baia Mare
Después de desayunar con vistas al castillo de Corvino, nos separa una hora y media de camino hasta la salina Turda. Este lugar no sólo es un imprescindible para ver en Rumanía, si no que es uno de esos increíbles lugares que se debe visitar alguna vez en la vida.

Formada hace 13 millones de años, explotada durante casi un milenio y ahora reconvertida en el único parque de atracciones subterráneo en el mundo. En su profundo interior reina el silencio, pues la magnitud de la misma deja a todos los visitantes boquiabiertos.
La visita se hace en unas dos horas aproximadamente, dependiendo el tiempo que queramos deleitarnos en su interior o disfrutar de sus atracciones, pero también dependiendo del número de visitantes que haya en el momento, pues puedo imaginar que en temporada alta, las colas para esperar el uso del ascensor serán interminables.
La salina es todo un mundo subterráneo escondido bajo las praderas del que prefiero no contar mucho, pues las imágenes valen más que mil palabras…



Después fuimos a la cercana Garganta Turda, para hacer una caminata muy sencilla, bonita y divertida entre las paredes del desfiladero. Es un lugar frecuentado por familias, escaladores y escolares generalmente. El paseo es aproximadamente una hora y media (ida y vuelta) desde el aparcamiento, y allí mismo hay zonas de picnic, bares, restaurantes y una tirolina para disfrute de los más aventureros.

En nuestro caso, habíamos tomado la decisión de ir a la zona de Maramures para ver las iglesias de madera. Sabíamos que estaba lejos, pero aún así queríamos hacerlo. Si hubiéramos tenido un día más en el país, seguramente hubiéramos pasado esta noche en Cluj-Napoca y continuado el viaje al día siguiente, pero al no tener demasiado tiempo teníamos que hacerlo del tirón. Así que nos pusimos en camino otras tres horas por la zona más rural, aislada y desconocida del país, hasta la población de Baia Mare, donde haríamos noche, para al día siguiente empezar la ruta de las iglesias de madera.

Baia Mare resultó ser una ciudad con un bonito casco antiguo, una animada Plaza Mayor y varias iglesias delicadamente iluminadas. Además, la Pensiunea Ideal en la que nos alojamos, resulto ser nuestro mejor alojamiento en todo el país, y eso hizo que tuviéramos una genial estancia en una ciudad que en principio, solo estaba en nuestro planes como lugar de paso.
Día 6: Baia Mare – Ruta de las iglesias de madera: Plopis, Surdesti, Budesti y Barsana
La región de Maramures es una de las zonas más remotas de Rumanía y más aisladas del turismo a pesar de sus atractivos. Allí persiste un estilo de vida tradicional basado en la agricultura y la ganadería en pueblos perfectamente conservados en los que sus habitantes aún visten los típicos vestidos coloridos típicos de este área del país. Además de por el verdor de sus montañas y lo bucólico de sus paisajes, destaca por tener decenas de iglesias ortodoxas de madera construidas entre los siglos XVII y XVIII, de las cuales ocho de ellas han sido declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco (Bârsana, Budesti, Desesti, Ieud, Sisesti, Poienile Izei y Târgu).
Nos espera un día de pasar bastante tiempo en el coche, pues hemos trazado un recorrido en nuestro mapa y nos disponemos a visitar las cuatro de las ocho iglesias que más interesantes nos parecen y que mejor están ubicadas por proximidad, para después continuar nuestro camino hacia la región de Bucovina.

La primera de ellas, Plopis, estaba vacía cuando llegamos, pero hay una caseta a la entrada con información, aseos, y lo más importante: una persona que nos abrirá la puerta y cobrará la correspondiente tasa de entrada. Después descubrimos que esto es lo normal: siempre hay alguien para abrir la iglesia o si no, encontraremos un número de teléfono al que llamar para que vayan a abrir. Plopis nos llama la atención por su altísimo y esbelto campanario para el reducido tamaño de la iglesia. Cuando la vemos por dentro también nos deja asombrados, pues está pintada hasta el último resquicio.
Pero en cuanto al interior, la siguiente fue la que nos dejó boquiabiertos, la iglesia de Surdesti, muy cercana a la anterior, y también muy parecida, pero en ésta el interior es mucho más colorido y los frescos están mejor conservados, además está decorada con flores frescas y paños bordados tradicionales de colores vibrantes. Si sólo pudiéramos ver el interior de una de ellas yo diría que tendría que ser el de ésta.


Después vamos a Budesti, donde la iglesia no llama tanto la atención al estar en el centro de un pueblo más grande y sin rodearse del paisaje verde y calmado que envuelven a las dos anteriores. Esta es diferente, menos alta y parece más basta, pero no por ello menos bonita.

Como dije, por el camino vamos viendo decenas de ellas, parando para ver el exterior de algunas. Realmente se podría pasar el día de iglesia en iglesia y no las acabaríamos pues en cada cruce encontramos una señal que nos dirige a otra iglesia o a un monasterio. Una de las paradas del día la hacemos en la localidad de Breb, de la que habíamos leído que es el pueblo medieval mejor conservado, pero sinceramente, nos pareció un lugar destinado al turismo como si se tratara de una maqueta…
La última de la lista es la visita estrella, el Monasterio de Barsana, donde podremos disfrutar de un entorno único, con varias edificaciones hoy en día utilizadas como convento, algunas como museo, y entre ellas la propia iglesia, con unas frescos perfectamente conservados. Además, cuando estábamos allí, comenzaron a llegar decenas de personas ataviadas con trajes tradicionales, y cuando nos íbamos entendimos el porqué, había una boda, y allí estaban los inmaculados novios con sus característicos trajes ortodoxos blancos. Fue algo muy bonito de ver.



Continuamos nuestro camino entre verdes prados, altas montañas y ríos que discurren a nuestro lado, y aunque el viaje es largo hasta Moldovita, es precioso disfrutar de esta parte del país menos explorada.
Día 7: Monasterios pintados de Bucovina: Moldovita, Sucevita, Humor y Voronet – Bucarest
La región de Bucovina es famosa por los monasterios pintados de estilo bizantino. Cada uno de ellos se encuentra dentro de un recinto amurallado que en ocasiones también alberga algunas pequeñas edificaciones en las que viven las monjas. Aunque hay muchos, nosotros pretendimos visitar cinco monasterios pintados de los que le dan la fama a la región: Moldovita, Sucevita, Arbore, Humor y Voronet. Cada uno de ellos está asociado a un color, que es el que predomina, y narran diferentes pasajes bíblicos en sus paredes, aunque ante en cada uno también destaca un pasaje diferente.
Nosotros dormimos en Moldovita para empezar ahí la ruta por los monasterios pintados, pues es el pueblo más cercano a la zona de Maramures, de la que veníamos, y más alejado de Bucarest, nuestro destino final. El Monasterio de Moldovita es el más remoto, pero es el que más nos gustó de todos, quizá porque sea el menos visitado y el mejor conservado, perviviendo una paz y armonía en él que hace que estemos realmente en un lugar místico.

Para llegar desde Moldovita al siguiente monasterio, el de Suceavita, tenemos que atravesar un puerto de montaña con unas vistas espectaculares de las que podremos disfrutar desde los columpios situados en lo alto y que llegan a producir un poco de vértigo al darnos la sensación de que estamos flotando al borde del precipicio. El Monasterio de Suceavita también es muy interesante, aunque ya se empieza a sentir la presencia de las multitudes que lo visitan no solo con fines turísticos como nosotros, si no también con fines religiosos.

Intentamos ir al siguiente monasterio, el más alejado, el de Arbore pero está cerrado permanentemente así que nos lo saltamos y nos vamos directamente al Monasterio de Humor, situado más al sur. Éste se encuentra completamente en rehabilitación hasta mediados de 2026, así que decidimos no entrar dentro de lo que es el monasterio y verlo solo desde fuera, aunque lo único que vemos son los andamios. Aún así, comprobamos que está más concurrido que los dos anteriores, y que cuanto más avanzamos más concurridos están los siguientes.
Por último vamos al Monasterio de Boronet, el situado más al sur de todos y el más turístico también. La verdad es que este último ya no nos sorprende, pues si no estás realmente muy interesado en este tipo de arte religioso, da la sensación de que una vez visto uno, vistos todos. Además está tan repleto de gente que no nos gustan la sensaciones en él, a pesar de que, por otro lado, está en un buen lugar rodeado de montañas, y se entiende perfectamente que sea tan visitado, pues realmente es bellísimo. Todos lo son.



Luego nos espera un largo día de conducción para llegar hasta Bucarest, donde pararemos a dormir cerca del aeropuerto, para al día siguiente coger nuestro avión. La verdad es que el camino es mucho más largo de lo que esperábamos pues el tiempo es mayor de lo que GoogleMaps nos dice. Finalmente nos lleva seis horas en las que apenas hay autovía y la conducción es «suicida». Esta es nuestra sensación en la larguísima carretera convencional donde hay dos carriles, pero la gente conduce por los arcenes utilizando la zona central para adelantar en uno u otro sentido haciendo tres carriles donde solo hay dos, incluso en algunas ocasiones se cruzan cuatro vehículos en una calzada donde solo hay dos carriles reales, es completamente loco. De hecho, Rumanía tiene la tasa más alta de mortalidad en carretera de toda la Unión Europea ,siendo más del doble que la media europea. Una cifra altísima.
Pero dejando a un lado este tema (que fue la peor cara del país), como conclusión final he de decir que nos ha gustado todo en Rumanía: las iglesias, los monasterios, los castillos, la naturaleza, los trekking en las montañas, la comida buenísima, y su gente (en unos sitios más seca que otra, pero en general muy hospitalarios). Realmente creo que Rumanía es una joya desconocida, pero aún así, está muy preparada para los que nos acercamos a descubrirla: tiene muy buenas infraestructuras, oferta hotelera, cultural, y atractivos más que suficientes para planear un viaje y ¡conocerla!
Rumanía, datos prácticos
- Documentación: Como en cualquier otro país de la Unión Europea, los españoles sólo necesitamos nuestro Documento Nacional de Identidad o Pasaporte para entrar en Rumanía.
- Datos móviles: A día de hoy, casi todas las compañías disponen de servicio Roaming para llamadas y datos desde países de la Unión Europea sin cargo adicional. Conviene informarse antes en la compañía con la que operamos.
- Alquiler de coches: Hay mucha oferta a precios muy asequibles. Nosotros reservamos con una de los numerosas compañías que hay en el aeropuerto y el proceso de recogida y entrega allí mismo fue muy sencillo.