NUEVA ZELANDA

21 días recorriendo el país maorí

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Itinerario:

Isla Norte:

Isla Sur:


Día 1: Llegada a Auckland. Visita de la ciudad

Llegar a Nueva Zelanda no es cosa baladí desde España, pues literalmente son nuestras antípodas. De hecho, su capital es exactamente el punto opuesto a nuestra ciudad castellana. Así que el viaje, como no podría ser de otra forma es largo, muy largo. Y cansado. Por suerte ahora se puede ir a Auckland haciendo sólo una escala, pero esto conlleva que después de un vuelo de casi 7 horas entre Madrid y Doha tengamos que tomar otro vuelo de 16 horas de duración entre Doha y Auckland. Sin duda, ha sido el vuelo más largo que he hecho en toda mi vida… Pero merece la pena viajar durante casi 36 horas para aterrizar en un nuevo mundo.

Auckland se antoja exótica a mi llegada. Estoy completamente en las antípodas! Muchas veces pensé que algún día vendría, y esa vez es ahora. La emoción de estar aquí, acompañada del clima veraniego y el sol que nos calienta hacen que tengamos muchas ganas de empezar esta aventura.

Al salir del aeropuerto y tras recoger nuestro coche de alquiler, lo primero que hacemos es dirigirnos a Monte Edén, que está en el camino hacia el centro de la ciudad. Allí aparcamos el coche y subimos caminando unos 15 minutos, hasta la parte de arriba del cráter, desde donde podemos ver el agujero que forma el mismo. A lo lejos la ciudad Auckland nos abraza en 360 grados. Es una parada que merece la pena hacer a nuestra llegada para poder empezar a tener una idea básica de dónde nos encontramos y cómo es la fisonomía de la ciudad.

Una vez en nuestro hotel en el centro, que por suerte cuenta con parking, bajamos por la calle principal Queen Street, que va a la zona del puerto y paseo marítimo. Recorriendo este último, llegamos al Fish Market, mercado que solo abre los fines de semana a mediodía. Lugar recomendable donde se puede comprar el pescado que se quiera y que te lo cocinan al momento en los restaurantes que hay allí, además de poder elegir los platos que quieras de dichos restaurantes. Todo esto, amenizado con música en directo en torno a un patio interior donde la tónica general es estar compartiendo mesa. 

Volvemos paseando por el paseo marítimo, ahora deteniéndonos en algunos puntos de interés. El primero de ellos es el puente levadizo Te Wero que se abre y cierra en numerosas ocasiones durante el día, por lo que lo vimos elevarse en más de una ocasión ya que nos acercamos a esta zona de la ciudad varias veces. A su lado, hay una especie de piscina natural hecha de hormigón donde la gente salta en el agua mientras los barcos esperan a tener el permiso para que el puente se eleve y les permita el paso.

Continuamos el paseo viendo numerosas esculturas de kiwis que forman parte de una exposición artística y llegamos en primer lugar al antiguo Edificio de Ferry, interesante construcción de 1912 que ha sido reconvertida y ahora alberga algunas tiendas, entre ellas una de deliciosos helados artesanales que iremos degustando a lo largo del muelle, hasta llegar al cercano edificio The Cloud, un pabellón multiusos que destaca por su arquitectura. Muy cerca de este, llegamos a The Lighthouse, una casa que alberga una obra de arte en su interior, y que se recomienda ver en la noche para que sus neones nos produzcan un efecto más visual. Además hay un par de centros comerciales a lo largo del paseo marítimo a los que se puede ir a comer o cenar con buen ambiente y variedad.

Para ver la puesta de sol, decidimos alejarnos un poco de la ciudad alquilando un patinete callejero de Uber. Esto no nos sirvió de mucho más que para conocer un poquito más allá de lo que es el centro, y para saber que los patinetes de Uber son una buena alternativa de transporte de un punto a otro de la ciudad, pero no para recorrer grandes distancias, pues resulta caro. Es una lástima que en Auckland no dispongan de una red de bicicletas de alquiler, pues dispone de muy buena infraestructura de la que no pudimos beneficiarnos, más que con el patinete eléctrico, a pesar de que nuestra favorita siempre es la bicicleta.

Tras la búsqueda infructuosa de la puesta de sol, nos acercamos a la Sky Tower para ver si podíamos tener una bonita vista desde allí, pero el cielo se cubrió y comenzó a lloviznar, por lo que nos retiramos sin ver la puesta de sol deseada… Hay que decir que esta famosa torre, además de tener buenas vistas, tiene una gran experiencia para los más osados: se trata de una plataforma circular con suelo de cristal, suspendida a más de 190 metros, por la que se puede hacer pasear sujetos a varios arneses. ¡De vértigo!

Día 2: Auckland – Thames – Península Cormadiel – Whitianga

Por la mañana salimos de Auckland en nuestro coche de alquiler con destino a Thames, localidad que tuvo su auge con la fiebre del oro, pero hoy en día se reduce a vivir de la fama que le dio ese pasado dorado, pues ahora no queda mucho por ver en ella más allá de antiguos edificios que se conservan a la perfección. De todos modos, nos resulte interesante o no la ciudad, es un buen punto donde hacer un alto en el camino antes de adentrarnos de lleno en la península de Coromandel.

La carretera entre Thames y la península de Coromandel es un espectáculo visual. En aproximadamente una hora conduciremos pegados al estuario con un agua azul verdoso de lo más intenso. Siguiendo el camino, empezaremos a ganar altura hasta llegar al mirador en el que debería ser obligada la parada, pues las vistas son increíbles…

La carretera continúa entre verdes praderas y azules mares que asoman entre las laderas, hasta que antes de llegar a la ciudad de Whitianga, a unos 20 minutos de ella, pasaremos por la playa de Kuaotunu, un auténtico remanso de paz y belleza.

Continuamos hasta la animada localidad, más pequeña de lo que esperábamos, pero que resultó ser el tamaño ideal. Después, en numerosas ocasiones en el viaje, echaremos de menos el ambiente que aquí se respiraba. Una vez en Whitianga, cogemos unas bicis prestadas en el hotel y nos vamos al puerto para tomar el ferry con ellas incluidas, que en tan solo 5 minutos nos llevará al punto de enfrente, a la llamada Cook Beach. Allí hay varias cosas que hacer: podemos subir al mirador del acantilado de Shakespeare, también podremos ir al Lonely Bay, una playa solitaria con un acceso a través de numerosos escalones, que será el lugar donde nos demos nuestro primer baño en el país, o visitar el pueblo propiamente dicho, con preciosas casas a lo largo de la línea de playa. Merece la pena hacer este recorrido en bicicleta, pues la carretera tiene muy poco tráfico, buena parte de carriles bici y la distancia es un poco larga para hacerla caminando.

Al volver, en Whitianga, encontramos varias opciones para tomar una cerveza, cenar, o simplemente pasear a lo largo de la playa. Aunque una de las actividades estrella desde aquí es tomar el ferry a la archiconocida Catedral Cove, llamada así por el enorme arco de roca que parece de estilo gótico. Estos servicios de ferry nos ofrecen otras actividades a bordo en un tour de unas dos horas de duración.

Día 3: Whitianga – Karangahake – Wairere – Opal Hot Springs – Blue Springs – Rotorua

Abandonamos la península de Coromandel para alejarnos del mar y meternos en el interior de la isla norte. Cambiamos las aguas del mar por las aguas geotermales.

La primera parada que hacemos al salir de Whitianga es en la antigua mina de oro situada en la garganta Karangahake. Está muy cerca de la carretera principal, así que este corto desvío es una buena opción para bajar del coche y dar un paseo en la naturaleza. Tras aparcar, tenemos señalizados un par de caminos, uno de los cuales puede hacerse en bicicleta, pero no hay un lugar que alquile bicicletas, así que nos decidimos a hacer el camino llamado de las ventanas. Este camino tiene aproximadamente una hora y media de duración y es un paseo entre vegetación y ruinas que nos permite conocer más acerca de la historia del oro en este país, que tanto marcó su desarrollo.

Continuamos en coche una hora más hasta las cascadas Wairere. Estas cascadas también están muy cerca de la carretera principal y una vez aparcamos en el parking desde donde empieza el camino tenemos 45 minutos de subida hasta el primer mirador. Después hay otros 45 minutos hasta el mirador que nos lleva al punto más alto de la cascada pero nosotros decidimos no hacerlo, yendo sólo hasta el primer mirador. Realmente es un trekking entre el bosque, la vegetación y los arroyos, que merece muchísimo la pena hacer. Las vistas son impresionantes, y la cascada, aunque no lleva mucho caudal ahora por ser finales de verano, es muy bonita, sobre todo por el entorno en el que se encuentra. Al final de nuestro viaje la catalogamos como una de las más bonitas que vimos en todo el país.

A estas alturas del camino, ya deberíamos haber pasado por Hobbiton en Matamata, uno de los lugares más visitados en Nueva Zelanda, pues es donde se encuentra la aldea de los hobbit de la película El Señor de los Anillos y toda la parafernalia que supone el merchandising de la misma… Nosotros, decidimos saltárnoslo por carecer de interés, desde nuestro punto de vista. Así que en nuestro caso, para relajarnos después de hora y media de caminata, nos vamos a Opal Hot Springs, conocidas por ser las aguas termales más baratas de todo el país, y es normal porque el lugar parece una simple piscina de pueblo con agua caliente, pero el baño nos ha agradado y merecido la pena porque estábamos completamente solos en el lugar.

Muy poquito tiempo conduciendo en dirección Rotorua tras salir de las aguas termales, nos encontramos las Blue Springs, donde hay una caminata para ver las aguas más cristalinas del mundo, según dicen, (aunque nunca sabemos donde está la vara de medir en este tipo de afirmaciones), pero que nosotros no pudimos ver por encontrarse cerrada debido a remodelaciones, así que continuamos el camino, y nuestra sorpresa viene cuando alcanzamos la localidad de Rotorua, pues pensábamos que era una ciudad más pequeñita al estilo de Whitianga, pero no. Rotorua es una urbe con tiendas, cadenas de comida rápida, gasolineras y supermercados en cada manzana.

Además, no da la sensación de estar bien urbanizada y parece uno de los típicos sitios donde hay decenas de espectáculos para sacar el dinero a los turistas por ver interpretaciones de lo que debería ser la cultura maorí. Incluso la mayoría de los parques termales están privatizados y hay que pagar por ver fumarolas y géiseres. Así que, ante nuestra decepción, pasamos lo que queda del resto de noche decidiendo qué es lo que vamos a hacer al día siguiente. Y por suerte, descubrimos que hay una Rotorua maorí real y gratuita que visitaremos al día siguiente.

Día 4: Rotorua – Thermal by Bike (The Ara Ahi) – Rotorua

Me pregunto porqué generalmente en las guías de viaje o en blogs no se habla de que casi todas las zonas termales o al menos los más importantes géiser y fumarolas, así como otros elementos naturales de interés, se encuentran en Nueva Zelanda en entornos privados a los que tenemos que acceder previo pago. Es algo que me sorprende, porque me he movido por muchos lugares como Islandia o Azores, en los que este tipo de maravillas naturales son completamente gratis y están al acceso de todo el mundo. Aquí si quieres ver algo medianamente espectacular tienes que pagar una entrada para ir a un Disneylandia de la cultura maorí, porque realmente lo que te enseñan en esos recintos es el géiser o la fumarola de turno y una recreación de cómo era la vida de los maoríes antes de la llegada de los europeos.

Sin embargo, algo que no he visto en ninguna guía de turismo (es algo que descubrimos una vez estuvimos en Rotorua) es la recomendación de ir a el auténtico poblado maorí Ohinemutu, que es precioso. Y es un lugar en el que no entran tours por tenerlo prohibido, por tanto es un lugar de paz en el que no entran turistas a mansalva, siendo lo más puro y original que puedes ver en Rotoura. Por otro lado, se agradece que las guías de turismo se centren en las áreas de pago, preservando los lugares originales intactos y fuera del turismo de masas.

Pero fuera de aquí, la verdad es que Rotorua es una localidad completamente dedicada al turismo de pago. Es decir, si pagas un alto precio puedes ir al poblado Te Whakarewarewa o al Te Puia, con aguas geotermales y el géiser Pohutu, el más espectacular, puedes asistir a un espectáculo de Waka, degustar comida tradicional maorí… Si no pagas, parece que te lo venden como que no merece la pena, pero no es así. Se puede dar una vuelta en bicicleta por el pueblo, pasear por todo el paseo que recorre la orilla del lago, ver las aguas termales del Lago Rotorua, el parque Kuirau también con fumarolas y otras actividades termales, los Government Gardens o ver, como dije, el auténtico poblado maorí Ohinemutu. Todas estas actividades son las que nosotros hicimos por la tarde en nuestro día completo en Rotorua, pues la mañana, como amantes de la bicicleta que somos, la dedicamos a hacer la ruta Termal By Bike, también llamada Te Ara Ahi. Aquí fue cuando nos empezó a decepcionar más aún la localidad, pues según las opiniones leídas, parecía ser una ruta frecuentada y acondicionada para parar en varios puntos interesantes mencionados antes (los cuales aún no sabíamos que eran de pago). No sé en qué momento recomendaron esta ruta en las guías, poniéndola como una de las mejores rutas de un día en el país, porque realmente no hay mucho que ver. Me explico. La primera parte, en los alrededores del lago justo en las inmediaciones del pueblo es interesante, pues pedaleamos entre aguas repletas de actividad volcánica. Después, tomamos un camino entre la vegetación hasta llegar al Redwoods Mountain Bike Park, un lugar perfecto para los amantes de esta modalidad de ciclismo. Pero a partir de ahí, el resto del camino, es un mal carril bici adosado a una carretera súper ruidosa, porque tiene muchísimo tráfico, y no hay quien vaya por ahí intentando disfrutar de algo… Decidimos dar la vuelta a mitad de camino y disfrutar de las cosas mencionadas en el párrafo anterior. Quizá la otra mitad del camino era algo más bonita, pero nosotros decidimos no comprobarlo después de habernos decepcionado con la primera parte.

Día 5: Rotorua – Redwoods Trees – Huka Falls – Taupo

Hemos pasado nuestra segunda noche en Rotorua, y antes de abandonar esta zona (aunque no vamos muy lejos de allí) nos vamos a ver el llamado Lago Azul y el contiguo Lago Verde. Ambos los vemos desde su playas respectivas, en una corta visita que nos hubiera gustado extender pero el viento era tan fuerte y el tiempo tan desfavorable, que no podíamos disfrutar de ellos. Así que hicimos también una visita al mirador llamado Blue and Green Lakes Lookout desde el que se aprecian ambos.

Nos vamos a los Redwoods Trees para hacer uno de los numerosos recorridos que nos ofrece el bosque. Del punto de inicio parten varios, bien sea para hacer caminando o en bici de montaña. El recorrido rojo, llamado Reedwod Memorial Grove, es el más fácil y corto, de solo media hora de duración, que esta vez es el que decidimos. En este parque se hacen otras actividades de pago, como son recorridos en altura entre pasarelas construidas para ir caminando de árbol a árbol y recorridos nocturnos con el bosque iluminado.

Llegando a Taupo, nos desviamos un poquito antes para ver las Huka Falls, las que dicen son las cascadas más visitadas en todo el país. Se puede aparcar directamente en las cascadas o como hicimos nosotros, aparcamos más cerca del pueblo, en el área termal pública y gratuita llamada Spa Termal Park, para empezar desde ahí el sendero que discurre a lo largo del río y termina en las Huka Falls. Este sendero tiene unas dos horas de duración ida y vuelta y es muy recomendable, pues desde numerosos puntos podemos ver el río con ese color azul turquesa intenso que lo caracteriza. Al llegar a las cascadas, ese color se acentúa y nos sorprendemos por la fuerza que tiene el rio llegando a la garganta en que desemboca en el famoso salto de agua, al que por cierto, se acercan los barcos para disfrute del turismo. Estos barcos pueden tomarse en el extremo opuesto, en el punto más alejado del pueblo. Todas las opciones están perfectamente señalizadas.

Tras comer nuestro pie de rigor del día, al llegar a Tapo y deshacernos del coche, decidimos visitar el Museo local, al cual merece la pena dedicarle al menos una hora para conocer un poco más de la cultura maorí y de cómo Taupo llego a ser la ciudad que es ahora. Después de esto damos un paseo por la orilla del lago, vemos como decenas de personas hacen sus apuestas para jugar al hoyo en uno, un derivado del golf donde se sitúa una plataforma en el lago a una gran distancia de la orilla, y desde ahí hacen sus golpes para intentar acertar al hoyo en uno y llevarse el premio de 15 millones de euros… difícil pero entretenido. También tomamos nuestra cerveza de rigor acompañada de una cena, en un pueblo donde tenemos para elegir el tipo de comida que queramos, incluso podremos comer en un avión dentro de un McDonalds, completamente loco…

A estas alturas, ya nos hemos dado cuenta que cuando determinadas guías de viaje dicen que hay muchas cosas que hacer en algunos lugares, se reduce básicamente a dos cosas: o son actividades de pago o son rutas de montaña para las que se necesita más tiempo. Es decir, no es que en el lugar en sí haya mucho que hacer, es que se encuentra en un enclave en el que alrededor puedes hacer muchas cosas como kayak, tirolina, paseos a caballo, rutas de senderismo, visitas a centros culturales, y un amplío etcétera dependiendo de la zona. Dependerá de cada uno de nosotros informarnos muy bien de lo que queremos hacer antes de decidir pasar más o menos tiempo en un lugar, y también, aunque no dependa de nosotros, tener mucha suerte con el tiempo.

Día 6: Lago Taupo – Tongariro Parque Nacional

Sabiendo el buen pronóstico del tiempo, decidimos ir a ver las rocas grabadas con motivos maoríes en el Lago Taupo. Hay varias formas de visitarlas, la más común de ellas es con un tour organizado en barco o velero con actividades a bordo. Pero nosotros no somos de ese estilo y descubrimos que en la Bahía de Acacias, lugar cercano al núcleo urbano de Taupo, podemos alquilar un kayak por unas cuatro horas (tiempo suficiente para llegar a las rocas, disfrutarlas, hacer una parada para almorzar, y volver).

Nos quitamos el frío de la mañana durante el desayuno, y cuando empieza a salir el sol ya estamos en la tienda de alquiler de kayak recibiendo las instrucciones para nuestro viaje independiente hasta las rocas grabadas. En una hora y media remando sin prisa, disfrutamos del calmado lago, de las vistas de la vegetación de la orillas, de las increíbles casas que hay construidas en las laderas, y también vemos algún barco o moto de agua con el mismo destino que nosotros. Por suerte, cuando llegamos a las rocas grabadas estamos solos, pues había un tour de kayak que hacía un rato vimos marchar y la hora de los barcos ya había pasado. La roca con el grabado mayor, aunque parece un petroglifo centenario, apenas tiene 50 años, y fue idea de un escultor de la zona, pero no por ser más reciente tiene menos mérito, pues es un trabajo digno de admirar, y más aún cuando el camino que te lleva hasta allí es tan placentero y gratificante como el propio ejercicio en kayak. A la vuelta, paramos en una playa aislada para almorzar al solecito, y continuamos hasta la bahía donde alquilamos los kayak, en la que nos dimos un baño en la playa. Después comemos el mejor pie que he comido en todo el viaje, de gambas al ajillo, y esto es mucho decir porque hemos comido pie casi todos los días y hemos probado muchísimos sabores.

Por la tarde, salimos de Taupo con destino a National Park Village, haciendo varias paradas. La primera de ellas, una vez nos encontramos en la otra punta del inmenso Lago Taupo, en el mirador que nos permite ver la extensión del mismo. Después, nos adentramos en el Parque Nacional Tongariro, para hacer pequeños senderos, como son el de la cascada de Gollum y el del mirador Ruapehu, ambos de apenas media hora de duración con bonitas vistas al final, siendo un buen motivo para estirar las piernas en el viaje. No da tiempo a mucho más, pues llega el atardecer, así que decidimos descansar y cenar en el hotel (ya que no hay demasiadas opciones en la zona) y prepararnos para el gran trekking del día siguiente, con los nervios de punta sabiendo que el tiempo ha cambiado completamente y se esperan vientos, niebla y lluvias en nuestro recorrido…

Día 7: Tongariro Alpine Crossing – Te Kuiti

La ruta de Trekking Tongariro Alpine Crossing está considerada una de las mejores rutas de un día en el mundo. Son 20.2 kilómetros de ruta lineal, que tiene una duración de entre 6 y 8 horas, dependiendo de la climatología y del estado físico de cada uno. En nuestro caso, como no podía ser de otra forma, tras haber leído tan suculentas opiniones, decidimos hacerla.

Debo reconocer que no nos habíamos informado nada antes de empezarla. El día anterior comenzamos a mirar y nos dimos cuenta de que había sido un gran error no haberlo planeado con un poco más de tiempo, en primer lugar, por el aspecto más importante de todos: el clima. Como digo, el día anterior vimos que el día iba a estar nublado y no había avisos de que el camino estuviera cerrado o fuera haber complicaciones (algo que sucede muy a menudo pues el clima es muy cambiante y extremo). Ese precisamente fue uno de los problemas, comprobar el tiempo en una web normal del tiempo en NZ y no en la web oficial del Parque, que ofrece información detallada. Pero no adelanto acontecimientos.

Viendo que podíamos hacer el trekking al no haber avisos, comenzamos a buscar más información, en primer lugar supimos que hay que inscribirse previamente en la web oficial del parque, eso fue sencillo. Lo segundo fue enterarnos de que hace falta un servicio de transporte para llegar al punto de inicio del sendero y otro servicio de transporte para recogernos al final del sendero, (donde hay un parking pero está limitado a cuatro horas y es imposible hacer la ruta de ida y vuelta en cuatro horas). El precio del transporte es completamente abusivo, 35 € por persona ida y vuelta, pero para nosotros no había otra manera de hacer el trekking, así que, el camino es gratis pero el dinero te lo tienes que gastar para acceder y volver sí o sí. Una vez teníamos contratado el servicio de transporte, comenzamos a buscar información más en profundidad sobre la ruta, y ahí es cuando descubrimos la web de meteorología que nos decepcionó completamente (weather.niva.co.nz) pues se mostraban avisos de visibilidad reducida inferior a los 20 metros en algunos tramos. ¿Qué sentido tiene hacer la ruta si no se va a poder ver nada? Poco, la verdad, pero ya teníamos pagado el servicio de transporte y sólo disponíamos de ese día para hacerla, pues de haberlo comprobado antes, la podríamos haber hecho el día anterior, que hizo un día absolutamente espectacular. Estas cosas pasan por no prever e ir un poco a la aventura. Igualmente decidimos hacerla, pues quizá la vida nos sorprendiera con algún claro. Y lo hizo, al menos en el momento de ver los lagos…

Hay una eterna pregunta en torno a esto, y es si merece la pena hacerla incluso con mal tiempo. Mi respuesta sería sí, pues no nos supuso tanto esfuerzo ya que estamos acostumbrados a andar en la montaña durante largas caminatas, pero sabiendo que si lo hubiéramos comprobado antes podríamos haberlo visto en todo su esplendor, recomendaría elegir muy bien el día y hacerlo con un día soleado para no perdernos la parte más bonita del camino.

Por la mañana, para ir al Parque suele haber tres horarios de transporte desde diversos puntos de la zona, en nuestro caso estábamos alojados en el National Park Village y cogimos el bus intermedio, de las 7:15 de la mañana. En un trayecto de media hora aproximada llegamos al inicio del sendero, empezando a caminar casi a las ocho. A nosotros nos llevó 6 horas hacer todo el recorrido, con un par de paradas para comer algo, pero sin entretenernos demasiado, pues cerca de la cima el tiempo era horrible. El día comenzó medianamente soleado aunque empezó a cubrirse tras pasar la primera hora, cuando llegamos a Soda Springs, hasta aquí la ruta es un paseo. Tras este tramo tenemos la llamada Escalera del Diablo, un montón de escalones a los que subir sin tregua durante un par de kilómetros, rodeados de un impresionante paisaje volcánico. Luego nos llega la subida al Cráter Rojo, un tanto más exigente, donde encontramos varios ascensos, alguna pradera en la que llanear, y luego la subida más pronunciada y estrecha al punto más alto posible junto al cráter. En nuestro caso pudimos sentir el viento, pudimos notar que estábamos en medio de la nada, con nada alrededor más que nubes y un frío helador, pero no pudimos ver mucho… Hasta aquí habremos subido cerca de 750 metros, y a partir de entonces es casi todo bajada, unos 11 kilómetros de bajada, aunque el primer tramo bajando, hasta los Emerald Lakes es el más complicado, pues el camino está formado por tierra suelta que se desprende a cada paso, donde unos cuantos dejan su culo en el suelo si no se andan con mucho cuidado. El llegar a los Emerald Lakes, por suerte, las nubes abrieron un pequeño claro y pudimos ver algo (aunque en la foto no se aprecie tanto) mientras hacíamos nuestro descanso para reponer fuerzas. Luego continuamos hacia el Blue Lake, donde también pudimos vislumbrarse un poquito, y a partir de ahí, cruzamos la vertiente de la montaña y el día cambió completamente, presentándonos una maravillosa vista soleada del Lago Taupo, que nos acompañó durante toda la bajada. La última hora aproximadamente, el camino se empieza a tupir y a adentrarse en la vegetación hasta encontrarnos completamente caminando en el bosque húmedo, haciendo precioso y agradable este último tramo. A llegar, tenemos que esperar unos 45 minutos a nuestro Shuttle de vuelta a National Park Village, pero no vamos cansados, vamos satisfechos y sonrientes de haber hecho este camino, a pesar de que no hemos tenido el mejor de los climas.

Una vez cogemos nuestro coche, conducimos aproximadamente durante una hora y media hasta llegar a Te Kuiti, pueblo orgulloso de sus campeones nacionales en el concurso de esquilar ovejas, pero a parte de eso, es un lugar que no tiene casi nada para darnos una cena y una cerveza tras nuestra caminata, a excepción de un mediocre bar abierto en lo que era la antigua estación de ferrocarril.

Día 8: Te Kuiti – Raglan – Auckland

Amanecemos en esta ciudad con la intención de ir a visitar las populares Cuevas de Waitomo, donde la atracción es dar un paseo en barca por un río subterráneo viendo luciérnagas en la oscuridad. Sabíamos que queríamos verlo y por eso hicimos noche aquí, pero tampoco habíamos buscado mucha información, lo hicimos la noche anterior, y gracias a eso, decidimos no gastar 45 euros por persona para dar un paseo en barca de 10 minutos y ver algunas luciérnagas de lejos y sin poder hacer fotos, tal y como dicen muchas reseñas. La verdad es que nos pareció un atraco. Así que después del cansancio del día anterior, decidimos poner rumbo a la ciudad costera de Raglan para intentar tener un relajado día de playa en nuestro último día de estancia en la Isla Norte. Esta localidad tiene muy buen ambiente y está repleta de bares y tiendas con carácter surfero. Nos dio muy buena vibra, más aún siendo domingo, día en que se celebra un mercadillo de segunda mano y las tiendas sacan sus productos a las calles. Sumado a que hacía un día de sol esplendido y pudimos pasar un buen rato en la pintoresca playa de arena negra situada en las afueras, que presume de ser la que tiene la ola más larga de toda Nueva Zelanda.

De camino, tomando un desvío de 10 kilómetros, paramos en las Cascadas Bridal Veil, lugar que merece la pena conocer si se está por la zona, pues el impresionante salto de 55 metros se puede ver desde arriba, desde abajo y desde un par de puntos intermedios en un recorrido de unos 45 minutos de duración.

Al caer la tarde, ponemos rumbo a Auckland para pasar la última noche cerca del aeropuerto y despedirnos de la Isla Norte.


Isla Sur

Día 9: Vuelo a Christchurch – Punakaiki – Hokitika

Despertamos temprano para tomar nuestro vuelo a Christchurch y empezar la aventura por la Isla Sur. Al aterrizar recogemos nuestro coche de alquiler y ponemos rumbo al otro lado de la isla, a la costa oeste, de la que nos separan más de tres horas conduciendo en una carretera encajada entre las montañas que forman el Parque Nacional Arthur’s Pass, en un paisaje absolutamente espectacular. Por primera vez siento que esta es la Nueva Zelanda que estaba esperando, salvaje, magnifica, exuberante, inmensa… No es que la Isla Norte me defraudara, es que sentía que podría estar en cualquier lugar del norte de Europa o de Estados Unidos, pero como nos dijeron allí: en la Isla Sur nos esperaba otro mundo. Algo totalmente cierto.

Los diversos climas y vegetación que se atraviesan en los apenas 300 kilómetros que separan una costa de otra, son lo más sorprendente: estaciones de esquí, montañas con nieves perpetuas, atravesamos ríos, una inmensa pradera, y por último, llegamos al bosque tropical en el que se encuentra la localidad de Punakaiki, visita imprescindible, famosa por las curiosas formaciones rocosas en la costa llamadas Pancake Rocks and Blowholes, ubicadas dentro del Parque Nacional Paparoa.

Después de esto, desandamos un poquito el camino por la costa, y continuamos hasta la localidad en la que haremos noche: Hokitika. la carretera que nos lleva hasta esta ciudad es un viaje precioso de una hora de duración más o menos. Discurre mayormente al lado de la costa y es un auténtico espectáculo visual que nos hace sentir la inmensidad de la naturaleza primitiva, entre verdes montañas e intensos azules del mar.

En el camino paramos en Greymouth, una de las últimas grandes localidades donde poder aprovisionarnos de algunas cosas como algo de comida y por supuesto, gasolina a precios medianamente aceptables, pues de aquí en adelante, el precio va aumentando de forma directamente proporcional a la distancia entre gasolineras.

Una vez en Hokitika lo mejor que pudimos hacer a nuestra llegada, fue ir a la playa para ver el atardecer, en la que está considerada una de las mejores localizaciones en este país. Gracias al día cálido y despejado, disfrutamos de unos margaritas caseros en la arena viendo cómo el sol se ocultaba tras el inmenso mar de Tasmania, llenando el cielo de tonos púrpura y naranja…

Día 10: Hokitika – Franz Joseph Glaciar – Fox Glaciar

A primera hora de la mañana, aprovechando el tímido sol de primera hora del día, paseamos por el pueblo de Hokitika. La playa se ve muy diferente a la noche anterior, más frecuentada por lugareños paseando sus perros y también algunos turistas madrugadores. En las inmediaciones del mirador Sunset Point vemos muchísima madera de deriva, con la que algunos artistas locales han tallado esculturas a lo largo de la playa visibles desde el extraño paseo marítimo, si es que puede llamarse así.

Llegaremos hasta el punto más alejado de la localidad y después volveremos por el lateral del río, leyendo todos los carteles en los que nos cuentan la historia de este pueblo que tuvo su gran apogeo en el siglo XIX gracias a la fiebre del oro, aunque más bien parecía tratarse de un lugar maldito en aquella época debido a la gran cantidad de barcos que encallaban al llegar o marcharse de allí. Es bonito empaparse de su historia. Además, en este corto paseo por el pueblo podremos aprender más, no sólo de aquella época histórica sino también de una época anterior, en la que sólo los maoríes habitaban la zona. Si entramos al museo municipal veremos multitud de objetos tallados siglos atrás en “Pounamu”, una piedra semipreciosa también conocida como el Jade de Nueva Zelanda, y con la que hoy en día se siguen realizando objetos para su venta en muchas de las tiendas de la localidad.

A media hora en coche de Hokitika tenemos la Garganta de Hokitika, un lugar altamente recomendable, pues en ella podemos impresionarnos con el intenso color azul turquesa de las aguas del rio de origen glaciar. Desde el aparcamiento tendremos la primera visión, pero lo que merece la pena es hacer el recorrido de una hora de duración aproximadamente, pasando por un puente suspendido con preciosas vistas, para llegar punto final: una especie de playa donde acercarnos un poco más a estas aguas y también tener una excelente panorámica. El camino es de ida y vuelta pero parece que se está habilitando otro puente para que pueda ser circular en un futuro.

Al salir de allí, nos dirigimos a la zona de los glaciares. El primero de ellos será Franz Josef, del que nos separan unas dos horas de camino. Debo decir que durante estas dos horas no hay absolutamente nada más que un par de tiendas y un hotelito en el que comprar algo para comer, así que hay que ir prevenido en este aspecto. Cuando llevamos una hora de viaje comienza a llover, el clima en este área es muy cambiante y se recomienda chequear muy bien la predicción del tiempo antes de reservar, por ejemplo, un vuelo en helicóptero para ver los glaciares, pues hoy en día, dicen que esa es la mejor manera de ver estos glaciares que están actualmente en retroceso, al igual que en la década de los 80, aunque luego experimentaron un aumento durante años. Así que en un unos años, quién sabe que sucederá, pero por el momento, desde los miradores a los que se puede acceder andando, solamente podemos observar el glaciar a lo lejos en un día despejado… Por eso mismo, decidimos saltarnos el Glaciar Franz Josef, pues no paraba de llover, y para mojarnos y no ver nada con el cielo cubierto de nubes, preferimos continuar hasta el Glaciar Fox, donde teníamos nuestro alojamiento, dispuestos a descansar en nuestro motel con unas espectaculares vistas de las montañas en las que se esconde el Glaciar Fox entre las nubes.

Así termina nuestro día, sin ver glaciares, pero con magnificas vistas, deliciosa cena y con la esperanza de que al día siguiente estará despejado para, al menos, intentar ver el Glaciar Fox.

Día 11: Fox Glaciar – Haast – Wanaka

La primera vez que nos despertamos lo hacemos hacia las tres de la mañana debido al terrible sonido de una sirena que se escucha en todo el pueblo y no sabemos lo que es, pero podemos sentir que todos los vecinos se están levantando también de sus camas debido al estrepitoso ruido que nos ha despertado y ahora nos tiene en vilo. Me visto rápido, salimos a la calle, no vemos a nadie, nos ponemos a mirar en internet y averiguamos que esta sirena suele sonar cuando hay tsunami o cuando hay terremotos… No muy alentador. Pero a los pocos minutos deja de sonar mientras seguimos buscando un porqué al ruido. Nos tranquiliza saber que en ocasiones la sirena también suena cuando hay un problema por el que tienen que avisar a los bomberos o servicios de emergencia. Agradecemos que no se trate de nada más complicado y podemos seguir durmiendo hasta primera hora de la mañana para poner rumbo a ver el Glaciar Fox, algo que no pudimos hacer el día anterior debido a la lluvia.

El día amanece completamente despejado y eso se puede ver desde la habitación de nuestro motel, ya que tenemos las mejores vistas del lugar, me atrevería decir. Ponemos rumbo al Fox Glaciar Viewpoint, por el camino ya es un auténtico espectáculo poder ver los glaciares asomando su lengua entre las laderas de la montaña. Pero una vez aparcado el coche, conseguimos una bonita panorámica del glaciar, aunque muy a lo lejos.

Esa carretera termina ahí, en el mirador. Así que hay que tomarla de vuelta al pueblo, y a medio camino más o menos, tenemos el acceso al Lago Matheson, uno de los lugares más emblemáticos del país, pues el mágico reflejo de las montañas y los glaciares en sus aguas ha hecho que haya sido portada de numerosas revistas, estampado en postales y se haya convertido un símbolo nacional. Una vez aparcado el coche, hay opciones cortas y largas para caminar alrededor del Lago, nosotros tomamos la larga, para verlo todo, pues supone solo alrededor de una hora y cuarto, incluyendo las paradas para sacar fotos en sus tres miradores, entre los que se encuentra la Reflection Island. Es un paseo diría que obligado si el día está despejado.

A partir de ahí nos despedimos de la zona de los glaciares y comienza la jornada más larga en coche desde que estamos en la Isla Sur. Nuestra primera parada, tras una hora y media conduciendo, será la población de Haast, donde hemos sabido que hay una playa solitaria que acoge madera de deriva, en la que nos sentiremos los únicos pobladores del universo. Y así es. Pero antes de llegar, la carretera hasta allí discurre en ocasiones por la costa salvaje, en ocasiones por el interior entre bosques tropicales, praderas con ganado y carreteras con curvas y sube y baja que los bikepacker parecen disfrutar (o a veces no tanto). El camino se hace un poco largo, sobre todo, cuando al llegar a Haast nos decepcionamos al creer que era un lugar en el que poder hacer algo más que tomar un café y un pie en una de las pocas cafeterías que hay. Así que tras almorzar y la breve visita a la playa en la que no vimos los famosos delfines, tomamos de nuevo el coche para dirigirnos a Wanaka, lugar donde pasaremos las siguientes dos noche, aunque por el camino nos esperan numerosas paradas, por lo que las dos horas restantes al volante se convierten más bien en tres largas disfrutando de los atractivos que nos ofrece la región.

La primera parada tras abandonar Haast, a media hora, son las cascadas de Roaring Billy, muy cercanas a la carretera, a solo un paseo de diez minutos desde el aparcamiento. A estas le siguen las cascadas del arroyo Thunder, con una caída de 28 metros de alto y algo más impresionantes. Después pasamos por el mirador Gates of Haast, antes de llegar a la cascada Fantail, en la que sinceramente, no merece la pena ni detenerse después de haber visto las anteriores. Y después de esto, la joya de la corona, las Blue Pools, donde supuestamente puede hacerse un maravilloso sendero de una hora de duración, pero hace varios meses que estaba cerrado por causas de mantenimiento. Lo cual es una pena, pues era una de los lugares que más ganas teníamos de ver.

Algo antes del anochecer, llegamos a Wanaka, donde pasearemos por las orillas del frío lago, y cenaremos antes de descansar tras un día agotador en coche.

Día 12: Wanaka – Rob Roy Glaciar Trek – Wanaka

En la zona de Wanaka hay varios trekkins de un día para elegir. Nosotros decidimos quedarnos dos noches aquí precisamente para esto, para hacer un trekking que teníamos en nuestra lista de imprescindibles: la subida al Glaciar Rob Roy. Por suerte, es uno de los caminos que aún no están masificados por culpa de las redes sociales, pero no creo que sea porque no es bonito, pues es uno de los más espectaculares de la zona, si no por el difícil acceso hasta el inicio.

Para llegar al aparcamiento desde donde parte el camino tenemos que conducir durante aproximadamente una hora y media desde Wanaka, siendo la última hora a través de una pista forestal muy deteriorada, en la que incluso tenemos que vadear algún riachuelo. Además, dependiendo de la época y de las condiciones del momento, esta carretera se encuentra cortada en numerosas ocasiones y siempre hay que informarse antes de emprender el viaje. Pero esta vez, por suerte para nosotros, el día era espléndido, con el sol luciendo desde primera hora de la mañana.

Despertamos temprano, porque habíamos oido que el parking podría llenarse, ya que desde allí también salen otros senderos, algunos de varios días de duración; y hacia las 9 de la mañana, teníamos nuestro coche aparcado en un enorme parking con suficientes espacios libres todavía. La ruta empieza en el aparcamiento y tras unos metros caminando en plano y atravesando un puente colgante, empezamos a internarnos en el bosque sombrío. A partir de ahí es prácticamente de subida todo el tiempo, pero una subida asequible, bien señalizada y mantenida durante el verano, pues hay incluso un tramo en el que tenemos que subir varias escaleras. En invierno y primavera es más complicado hacerla (o incluso imposible) debido al gran riesgo de avalanchas. Tras casi hora y media subiendo, empezamos a tener las mejores vistas: con el rio a nuestro lado, la cascada más impresionante y los glaciares derritiéndose al calor del sol como telón de fondo. El paisaje es bucólico. Sin duda, uno de los más bonitos que hasta la fecha hemos visto en Nueva Zelanda.

Nos tomamos nuestro tiempo allí, antes de que empiecen a subir los menos madrugadores, pues al bajar nos encontramos con decenas de personas, pero ni mucho menos, lo que se podría esperar al hacer el abarrotadísimo Roy’s Peak, o el Isthmus Peak que ahora se ha puesto de moda como alternativa para intentar evitar las masas del anterior.

La ruta nos llevó un poco más de lo previsto, 4 horas y media, pues paramos en numerosas ocasiones a hacer fotos (a pesar de que no le hacen justicia) y a almorzar disfrutando sin prisa de la belleza del lugar y del esplendido día. El camino de vuelta, con el cansancio y ya sin prisa, se hace más largo. Casi dos horas en coche hasta llegar a Wanaka y poder tomarnos una cerveza con vistas lago, descansar y ver la puesta de sol con el famoso Árbol de Wanaka de fondo, que debo decir nos decepcionó como nada… Las expectativas no eran muy altas, un simple árbol dentro del lago no muy lejos de la orilla, pero la realidad fue que el nivel del agua estaba tan bajo, que quedaba muy lejos de poder tomar siquiera una foto bonita del mismo…

Día 13: Wanaka – Arrowtown – Queenstown

Ponemos destino a Arrowtown y nuestra primera parada por el camino es en el histórico Cardrona Hotel. La parada fue solo para hacer una foto de este conocido lugar y verlo por dentro, pero ambas cosas se nos fastidiaron al haber un enorme grupo de ciclistas haciendo un tour, que dejaron sus bicis aparcadas frente al hotel sin importarles nada más que ellos mismos y sus fotos de grupo, que estuvieron más de 15 minutos haciendo.

Esperamos un rato pensando que se irían cuando acabaran las fotos, pero en lugar de eso, entraron en el hotel dejando sus bicis en la puerta, a pesar de que está estrictamente prohibido aparcar en la fachada. Con un poco de mala leche, sin poder entrar y sin fotos, continuamos hacia Arrowtown, ciudad de gran importancia durante la fiebre del oro, que todavía conserva sus edificios tradicionales bien arreglados y transformados ahora en restaurantes, bares, tiendas boutique e inmobiliarias.

En Arrowtown alquilamos un par de bicicletas para hacer el Arrowtown River Trail, una ruta de 13,4 kilómetros de ida que parte del centro urbano, atraviesa varios puentes colgantes a la largo del río, y termina en el puente de Kawarau, donde podemos ver a algunos valientes haciendo puenting… El camino es precioso, un poco exigente para quien no esté acostumbrado a ir en bici (pero para eso ofrecen la posibilidad de alquilar bicicletas eléctricas en todas las tiendas) y se hace aún más bonito a medida que llegamos al final del sendero. Vamos ganando altura y vemos cómo el rio que estaba a nuestros pies ahora queda encajado en una profunda garganta.

En el mismo puente donde acaba el sendero, empieza otro recorrido muy popular: el Gibbston River Trail, de casi 9 kilómetros de longitud, y que nos lleva a lo largo de varias bodegas en el valle de Gibbston. Desde Arrowtown hay varias compañías que además de alquilar las bicis, hacen los traslados de vuelta a Arrowtown desde el final del sendero, así como las gestiones necesarias para hacer visitas auto guiadas a las bodegas que hay a lo largo del camino. Hasta el kilómetro cinco, este segundo sendero de Gibbston es increíble, con maravillosas vistas del rio azul turquesa que está a varios metros bajo nosotros, abrigándonos por las montañas que nos rodean. Pero tras recorrer esos cinco kilómetros, el camino discurre pegado a la carretera, y no tiene ningún sentido seguirlo si se va a visitar ninguna bodega, como era nuestro caso, pues el sol apretaba y aún teníamos que hacer los otros 19 kilómetros de vuelta. Hacerlo con algún vino en el cuerpo y sin bici eléctrica no nos pareció buena idea.

Una vez en Arrowtown de nuevo, la visita a pie es relajada, tratándose de un agradable paseo, en el que no nos podemos perder el asentamiento chino situado en las afueras y aprender un poco más de la historia que los letreros nos cuentan un acerca de los que llegaron desde diversas partes del planeta en busca de riquezas.

Además, en la ciudad debemos visitar la Oficina de Correos, que conserva lo antiguo con un toque de modernidad, el Museo Municipal, y caminar a lo largo de las avenidas centrales para deleitarnos con los antiguos edificios y automóviles que hacen de la ciudad una especie de museo viviente o un lugar detenido en el tiempo.

Retomamos camino conduciendo por media hora más hasta llegar a Queenstown, un pueblo que a pesar de que tiene mucho ambiente, un lago impresionante, calles animadas, y una bonita playa donde ver la puesta del sol tras las altas montañas, nos defrauda bastante, pues esperábamos algo diferente, o quizá es que simplemente, después de tantos días en medio de la nada, moviéndonos por poblaciones mínimas, llegar ahora a esta gran ciudad no nos agrada… Desde el primer momento sabemos que no ha sido una buena decisión quedarnos dos noches en este lugar, desearíamos haber pernoctado en Arrowtown al menos esa noche.

Día 14: Queenstown – Glenorchy – Invincible Mine Trail – Queenstown

Sin prisa por la mañana, cogemos el coche para dirigirnos al precioso pueblo de Glenorchy, una pequeñita aldea rodeada de montañas que descargan el agua glaciar en un bonito rio de color azul intenso. Pero lo más bonito no es el pueblo en sí, es el camino que nos lleva hasta allí. La carretera entre Queenstown y Glenorchy discurre junto al Lago Wakatipu y las vistas a lo largo de los aproximadamente 45 minutos de camino que nos separan entre ambas ciudades son maravillosas. A lo largo de la carretera tenemos varios miradores y senderos cortos para andar, pero nosotros vamos directamente a Glenorchy porque nuestra intención es hacer un corto trekking de un par de horas llamado Invencible Mine Trail, desde donde se tienen buenas vistas de las montañas, los glaciares, y se llega a un emplazamiento en el que podemos ver los restos de las antiguas minas de oro que se explotaron aquí en 1880.

El día es espectacular, y tras la caminata, volvemos al pueblo para pasear sin prisa alrededor del lago, sacar la típica foto de la cabaña de Glenorchy y aprender un poquito más sobre la fundación de este pueblo, que además fue un lugar turístico muy frecuentado desde los inicios del siglo pasado, pues allí se encontraban las llamadas puertas del paraíso. Para nosotros, que siempre intentamos estar fuera de ruta con las turistadas, en la medida de lo posible, fue mucho mejor pasar el día aquí que hacer las típicas cosas que suelen hacerse en Queenstown como subir a la góndola del Skyline, tomar el ferry que te transporta a por el lago con barbacoa y bebida incluida, o los jeatboats o helicópteros que se pasan el día haciendo excursiones. Pero las opciones de hacerlo existen.

Como ya dije, Queenstown no nos pareció una ciudad atractiva, a pesar de lo que mucha gente opine. Así que al regreso, tras un completo y precioso día en Glenorchy y alrededores, volvimos para dar una vuelta por la ciudad, cenar, y prepararnos para un largo viaje al día siguiente, (pues nos separan aproximadamente 5 horas del Milford Sound, siguiente destino).

En cualquier caso, a pesar de que hubiéramos preferido pasar menos tiempo en Queenstown debo romper una lanza a su favor, pues esta última noche, era sábado y la ciudad tiene numerosos bares con música en directo, buenos restaurantes, ambientes de todo tipo, conciertos a orillas del lago… y si se busca un poquito de fiesta esta es la ciudad en la que estar durante el sábado noche, sin dudarlo.

Además, ese último día allí, nos despedimos del lago viendo el espectacular eclipse de la luna llena, y admirando los millares de estrellas que se contemplaban en la oscuridad que nos brindaba.

Día 15: Queenstown – Milford Sound – Te Anau

Madrugamos para iniciar nuestro largo camino al Milford Sound, para el que nos esperan casi cinco horas conduciendo. El camino hasta Te Anau es de aproximadamente dos horas desde Queenstown, y no hay mucho que ver a parte de los lagos que rodean las poblaciones de ambas ciudades, aunque si se dispone de tiempo se puede parar a hacer algunas rutas de senderismo o bicicleta. Esta vez esto no estaba en nuestros planes (de lo cual nos alegramos porque el viento era huracanado) así que continuamos hasta Te Anau, donde nos aprovisionamos de comida y bebida y seguimos otras dos horas largas hasta Milford Sound.

En el camino hacemos paradas en prácticamente todos los miradores en los que la montaña se ve despejada de nubes, y por supuesto, en el conocido como Mirror Lakes, donde un lago cercano a la carretera provoca un bonito efecto espejo de las montañas que nos rodean. Pensábamos que en esta carretera no había nada de vida pero no es cierto, hay varios campings, lavabos y algún que otro área de picnic donde aprovechamos para comer antes de tomar nuestro barco reservado a las 15:55 horas.

La peor parte del camino se me hace casi al final, cuando encontramos un túnel de un solo carril, con una profunda pendiente y con un autobús justo delante que aumenta mi sensación de agobio y claustrofobia.

Una vez llegamos a Milford Sound, hay un parking gratuito antes de llegar al diminuto aeropuerto. Este se encuentra a media hora caminando de la terminal de ferry, un paseo entre árboles que merece la pena para ahorrarse los 10 dólares por hora que cuesta el cercano a la terminal. Por suerte, a esta hora de la tarde los grandes grupos de turistas ya se están marchando, y vamos a disfrutar de esta maravilla de la naturaleza prácticamente solos (y sin saberlo hasta que llegamos).

El Milford Sound es el fiordo más impresionante que he visto en mi vida, para mi gusto ni siquiera pueden superarlo los fiordos noruegos, ni la llegada a Islandia en ferry con las paredes de los fiordos completamente cubiertas de nieve… Son hechos diferentes, y en su momento también fueron impresionantes pero aquí lo que lo hace totalmente surrealista son las altísimas paredes entre las que navegamos y los recovecos que forman, imposibilitando la visión del mar hasta que no hemos llegado prácticamente a él, una vez transcurridos los 16 kilómetros de longitud que tiene. Tanto es así que ni el mismísimo James Cook se atrevió a entrar cuando lo vió desde el mar de Tasmania, pues se pensaba que era una bahía simplemente. Esto sumado al clima, pues por la mañana estuvo lloviendo, al llegar aún estaba cubierto, pero al empezar el crucero de última hora de la tarde comenzó a despejarse, abriéndose algunos claros y mostrándonos decenas de cataratas que habían cogido fuerza gracias a la lluvia matutina.

El tiempo no pudo ser más agradecido con nosotros… Por el camino vimos leones marinos en las rocas mojadas, y nos metimos literalmente debajo de la cascada con nuestro barco. Además, elegimos una compañía de barcos pequeña, apenas íbamos 15 personas en el último horario del día, que resultó ser también el último barco en volver (sin saberlo) y eso hizo que la experiencia fuera mágica, viendo cómo el sol salía entre las paredes del fiordo, mostrándonos un espectáculo para nosotros solos (aunque al final del trayecto apareció un crucero enorme que pronto tuvo que dar la vuelta para no quedar varado, a pesar de que se ve ridículamente pequeño en la foto).

Ha sido una experiencia inolvidable, hasta el punto de que estando allí se me saltaban las lágrimas, sobre todo en los momentos en los que veía a las cacatúas volar libres, paralelas a la línea del agua, con el verde intenso de la vegetación de fondo, con esa sensación de libertad, con esa belleza, con elegancia y dulzura… Solo podía darle gracias a la vida por la fortuna de estar presente el ese momento y haber podido ver semejante maravilla. Siempre tengo que darle gracias a la vida…

Al terminar el viaje en barco, somos los últimos que quedamos por allí y emprendemos la vuelta hasta Te Anau, la población más cercana, en un estado casi de éxtasis. Tanto es así que las dos horas de vuelta se pasan muy rápido, aunque al llegar ya es de noche y el cansancio ya se nota. El día ha transcurrido casi por completo en el coche, a excepción de un par de horas en el barco. Ha sido cansado, pero también ha sido una de las experiencias más increíbles que hemos vivido en Nueva Zelanda.

Día 16: Te Anau – Dunedin y Península de Otago

Amanece lloviendo, por lo que no podemos dedicarle mucho tiempo a la ciudad que nos ha acogido para dormir y cenar exhaustos la noche anterior. Pero por lo poco que vemos durante un ratito en la mañana, es un bonito lugar en el que hay múltiples actividades para hacer alrededor del lago sobre el que se ha desarrollo esta población, que es el segundo más grande de la isla sur. Pero, con el clima que hay, no vamos a hacer kayak, no vamos a hacer bici, no vamos a pasear… sólo coger el coche y poner rumbo a Dunedin intentando escapar de la lluvia.

Nuestra idea inicial era ir desde Te Anau a Dunedin a lo largo de la costa, empezando en Invecargill y luego visitando Los Cattlins, haciendo numerosas paradas en puntos recomendados. Pero, después de pasar 8 horas al volante el día anterior, y lloviendo a mares con prognóstico de más lluvia durante el día, decidimos no dedicarles a los Cattlins las 6 horas de viaje que nos supondría ese desvío, y preferimos acortar el viaje yendo directamente e Dunedin, en unas 3 horas y media. En Nueva Zelanda siempre hay que tener en cuenta que el tiempo puede no dejarnos hacer lo que nos gustaría.

Dunedin es una ciudad universitaria, cosa que pudimos apreciar muy bien a nuestra llegada, el día de San Patricio, donde la zona universitaria hervía de jóvenes borrachos vestidos de verde, bebida en mano, acudiendo de una casa a otra. La ciudad es famosa por este ambiente de estudiantes y por las fábricas de cerveza, pero fuera de eso, paseando por el centro nos parece una ciudad un tanto abandonada. A excepción de las dos catedrales, algunas iglesias dispersas, el museo y la estación de tren, no hay mucho más que ver y hacer allí.

Bueno, sí, hay algo que llama la atención aunque en realidad no es ninguna maravilla, pero Dunedin presume de tener la calle más empinada del mundo, es cierto que es empinada, y es difícil de subir, pero de ahí a que Baldwin Street sea la más empinada, podríamos discutirlo… Lo que sí merece la pena es ir hasta ella para después subir al mirador de Signal Hill, un lugar al que no va apenas nadie pero podremos tener una buena perspectiva del lugar en el que nos encontramos, con la Península de Otago incluida en nuestra visión.

Y ahí es donde nos dirigimos después, gracias a que ha dejado de llover, a la Península de Otago, para tratar de ver leones marinos y pingüinos por nuestra cuenta, sin tener que pagar los desorbitados precios de los cruceros de una hora que parten desde algunos puntos de esta haciendo un tipo de turismo que si podemos preferimos evitar. Con este fin, un par de horas antes de caer la noche vamos a la playa de Sandfly, un lugar increíble donde tras aparcar el coche, hay que bajar una cuesta muy pronunciada entre las dunas (que después cuesta más subir).

Antes de bajar a la playa hay información del estado de la playa, y suerte la nuestra, que los leones habían llegado el día anterior para aparearse, permaneciendo en el lugar durante 10 días más, previsiblemente. Antes de iniciar el camino por las dunas, tenemos un primer mirador donde ya pudimos ver que hay varios leones marinos descansando, otros intentando aparearse, otros moviéndose entre las olas del mar y en la arena. El espectáculo desde lejos nos parece maravilloso, también porque es un sitio completamente salvaje, donde están a sus anchas, y apenas 5 o 6 personas les estamos visitando con el mayor respeto posible. Un poquito antes de llegar al nivel del mar, en medio del camino vemos de cerca al primer león marino, está descansando obstruyéndonos el paso, así que con cuidado lo bordeamos y llegamos a la playa infinita de arena dura que nos muestra la marea baja. Ahí es donde nos deleitamos por un tiempo indefinido con los juegos de los leones, mientras el sol se pone sacando los colores al cielo; tomándoles millones de fotografías y vídeos mientras disfrutamos del espectáculo que la naturaleza nos está ofreciendo en privado, en el perfecto momento, en un magnífico lugar. Y aunque no vimos pingüinos, la vista de los leones en su hábitat, y sin la típica turistada de por medio, ya fue algo tan bonito que no podré olvidar.

Con la satisfacción de haberles visto disfrutando de la vida, como hemos hecho nosotros, nos vamos a nuestro motel, situado en un área rural, donde al día siguiente nos espera una actividad curiosa actividad después del desayuno…

Día 17: Dunedin – Moeraki Boulders- Oamaru – Twizel

Nueve de la mañana, ya hemos desayunado, y ahora es hora de que desayunen ¡las llamas! Sí, nuestro motel rural ofrece esa actividad a los clientes, y a pesar de que el motel está lleno, y coincidimos con otra pareja durante el desayuno, somos los únicos que nos animamos a dar de comer a las tres llamas y a la veintena de ovejas que tiene el dueño del alojamiento. Es muy tierno ver como les pega una voz invitándoles a desayunar y las ovejas contestan balando y acercándose perezosas, mientras las llamas corren a toda velocidad hasta que nos rodean y con delicadeza comen el pienso que tenemos en nuestras manos.

Se hace la hora de emprender camino y por desgracia vuelve a llover. Estará todo el día lloviendo de forma intermitente, así que haremos algunas paradas durante el camino y otras las tendremos que saltar debido a la lluvia. La primera parada que tratamos de hacer fue en la Tunnel Beach, donde un acceso a través de un túnel con escaleras nos lleva a esta playa con arcos naturales tan visitada en Nueva Zelanda, pero por desgracia, en nuestra estancia, se encontraba cerrada durante 6 meses por trabajos de mantenimiento.

Así que ponemos rumbo a la segunda parada, la playa de los Moeraki Boulders, curiosa por presentar enormes formaciones rocosas de forma completamente esférica que algunos afirman ser huevos de dinosaurio fosilizados, mientras otros se atreven a decir que son huevos de Aliens que aún no han eclosionado. En cualquier caso, estas formaciones son extrañas, y está bien hacer la visita si estamos por la zona y coincide con la marea baja, pues de otro modo, no podremos verlas.

Nuestra siguiente parada el es pueblo de Oamaru, famoso por su arquitectura victoriana en los edificios cercanos al antiguo puerto, y los tinglados que hoy en día albergan cálidas cafeterías, estudios de arte y tiendas de artesanía. Además, la pequeña ciudad se proclama capital mundial del SteamPunk, un género literario de ciencia ficción que debutó el siglo pasado, del que podemos aprender más, si estamos interesados, visitando su museo. La otra gran atracción de Oamaru, es la colonia de pingüinos azules que cada atardecer llega a su hogar en la playa del pueblo, y que podremos ver previo pago a la compañía que gestiona el acceso al lugar.

Continuamos nuestro viaje hacia la siguiente parada, (que finalmente nos tuvimos que saltar debido a la lluvia) las Elephant Rocks, otras formaciones rocosas en el medio de la nada con formas curiosas, que llaman la atención.

Llegar a Twizel en un día de lluvia te lleva a darte cuenta de que no hay mucho que hacer en ella con mal tiempo, así que nos dedicamos a descansar y a preparar la subida al monte Cook para el día siguiente, que por suerte, el pronóstico del tiempo nos informa de que nuestros últimos cuatro días en el país serán soleados.

Día 18: Twizel – Mont Cook – Lago Tekapo

El día amanece completamente despejado, con un sol radiante, así que tras desayunar y recoger las cosas, metemos todo en nuestro pequeño coche y nos dirigimos a Mont Cook. El viaje son aproximadamente 50 minutos, pero la carretera secundaria que parte de la general para enfilarnos hacia el Monte es a cada kilómetro más imponente. Discurre completamente paralela al Lago Pukaki, de un azul turquesa casa surrealista, acercándonos al majestuoso monte que se alza al fondo y nos va descubriendo sus cicatrices cuanto más nos acercamos.

Lo que nos ha llevado hasta aquí son las ganas de hacer varios trekking, como no podía ser de otra forma. En realidad queremos hacer tres, pero los dividiremos en dos días debido a nuestra distribución del tiempo (aunque son perfectamente asumibles en un solo día si se comienza temprano).

El Hooker Valley Track es el primero de ellos, un circuito de unas tres horas de duración atestado de gente, que nos llevará desde el Lago Mueller hasta el Lago Hooker a través de tres puentes suspendidos, en un recorrido mayoritariamente plano y sin grandes dificultades. Ese es el motivo por el que está excesivamente concurrido. Si queremos evitar un poco ese amontonamento, debemos llegar pronto, también por el hecho de que así podremos tener sitio para aparcar sin la necesidad de dejar el coche en la cuneta lejos del inicio de los senderos. Lo cierto es que el paisaje, el recorrido y el colofón final con el glaciar, el lago y el Monte Cook al fondo, merecen la pena.

Como esas tres horas de caminata nos habían sabido a poco (sobre todo porque las hicimos muy rápido en un intento de escapar de la multitud), quisimos hacer otra ruta corta, en este caso de una hora de duración, que parte desde el mismo punto de inicio que la anterior, la llamada ruta de Kea Point, también muy sencilla, desde donde podremos tener vistas del monte, aunque no es tan impresionante como la anterior.

Hasta aquí las rutas del día, nos queda pendiente para el día siguiente la ruta al Lago Tasman, que contaré después, pues parte desde otro punto, aunque la carretera de acceso es la misma prácticamente todo el tiempo, hasta unos kilómetros antes de llegar al final.

Tras haber almorzado con vistas al majestuoso Monte Cook, nos acercamos al “pueblo” donde está el centro de visitantes, para echar un vistazo, y al renombrado Hotel Hermitage, donde hay un Museo de la historia de la región.

Nos separa aproximadamente una hora y cuarto de conducción hasta Lake Tekapo, aunque se hace un poquito más largo debido a las continuas paradas en los miradores, que ahora se han vuelto más llamativos gracias al azul intenso del agua cuando el sol está en su punto más alto. Además, con la tormenta del día anterior, llegaron las primeras nevadas en las zonas altas, y es precioso ver esa tímida nieve coronando algunos picos que, al día siguiente volverán a estar secos, cambiando completamente la estampa.

Lake Tekapo es una población aún mucho más pequeña de lo que esperaba, en la que parece que no hay mucho que hacer. Pero si elegimos pasar dos noches en este lugar era para tener más posibilidades de que al menos en una de ellas viéramos el cielo estrellado en una noche despejada, pues este es uno de los mejores lugares del planeta para observar las estrellas. En el pueblo hay dos observatorios que hacen tours cada noche, y las Tekapo Spring permiten disfrutar de sus aguas a la luz de las estrellas. Junto al lago no hay contaminación lumínica, no hay nada, solo el abrigo de millones de estrellas que brillan a lo largo del cinturón que las acoge y que es perfectamente visible: la vía láctea. Pasamos las horas muertas tumbados en el césped del parque a orillas del lago simplemente mirándolas, pues tuvimos la gran suerte de que nuestras noches estuvieran despejadas.

Día 19: Lago Tekapo – Mont Cook: Lago Tasman – Lago Tekapo

Como dije, teníamos dos días en la zona del Lago Tekapo, pues queríamos de alguna manera asegurarnos de poder ver el espectacular cielo estrellado, pero también queríamos tener más opciones de que el Monte Cook estuviera despejado, algo que se pronosticaba para los dos días que estuvimos allí. Por eso decidimos dividir la zona para recorrerla en dos días, a pesar de que desde Lago Tekapo a Monte Cook nos separa algo más de una hora de viaje, pero la carretera es tan espectacular, que no nos importó volver a hacer el recorrido otra vez al día siguiente. Esta vez no iríamos hasta el aparcamiento del día anterior, si no que unos kilómetros antes, a poca distancia del desvío al aeropuerto, encontramos el desvío al Lago Tasman. Allí hay un aparcamiento muchísimo menos concurrido, donde dejamos el coche y comenzamos a caminar uno por uno los cuatro senderos que salen de allí, el del mirador del lago Tasman, el de las lagunas azules, el del muelle y el del rio. Los cuatro se completan en unas dos horas, a ritmo normal y con paradas para disfrutar de las montañas que nos abrazan y que son el hogar del glaciar más grande del país, que se extiende frente a nosotros desembocando en el lago turquesa.

Tras un día extraordinario, con unas vistas que nunca dejarán de impresionarme, nos despedimos de la maravilla que es el Monte Cook y todo este área, viendo por el retrovisor cómo se aleja más y más hasta que desaparece de nuestro campo de visión cuando enfilamos la carretera general.

El resto de la tarde lo dedicamos a descansar, pasear por la orilla del lago Tekapo, acercarnos hasta la archifotografiada (sobre todo por chinos) iglesia de Good Shepherd, y volver a ver las estrellas en una noche aún más clara, más cálida y más emotiva que la noche anterior. Que afortunados nos sentimos de todo lo vivido…

Día 20: Lake Tekapo – Christchurch

Nuestras maletas están preparadas para iniciar el camino a Christchurch, en el que será nuestro último día completo en el país. La primera parada es sólo a media hora del Lago Tekapo, en un curioso lugar llamado Burkes Pass, donde a alguien le dio por coleccionar coches y trastos antiguos y exhibirlos además de venderlos allí, en medio de la nada.

Tras varias paradas debido a las obras que hay en la carretera, llegamos a Christhchurch a mediodía, y a partir de ahí, nos dedicamos a visitar los puntos más reseñables de la ciudad, además de dar un paseo por su historia, de la cual los kiwis no olvidan el mes de febrero del año 2011, cuando se produjo el más letal de los terremotos que provocó numerosas víctimas mortales en el área metropolitana, y múltiples destrozos en los edificios, algunos de ellos históricos, cuyos restos aún no han podido ser recompuestos a pesar de haber pasado 14 años.

Es por esto que Christchurch parece una ciudad a medio hacer hoy en día, arrasada en algunas zonas, medio derruida en otras, y totalmente nueva en algunas manzanas. Aún así es una ciudad agradable y su historia merece la pena conocerla en el Quake Museo, que revive aquellos momentos tan horribles bajo la voz de sus habitantes.

De allí vamos al Jardín Botánico, de acceso gratuito y muy recomendable para pasear en un día soleado. De camino está el memorial a las víctimas del terremoto, a los pies del Rio Avon, donde vemos varias barcas navegando en las que se puede hacer un recorrido turístico. También podemos hacer una turistada tomando el tranvía que circula por los puntos más destacados del centro urbano, haciendo varias paradas, subiendo y bajando a nuestro antojo, aunque el súmmum es el tranvía-restaurante que hace prácticamente el mismo recorrido pero con el lujo de tener una extravagante cena mientras estamos circulando en él.

De camino a la plaza de la Catedral, pasamos por el Arts Centre y visitamos varias de las tiendas, talleres y zonas especificas que han sido reconstruidas albergando ahora un edificio con muchísima vida. Además, muy cerca se encuentra la Art Gallery, con numerosas colecciones, convirtiendo a Christchurch en una ciudad profusamente artística. Seguimos, y encontramos la estatua dedicada al capitán Scott, quien hizo parada allí antes de emprender su fatídica expedición al Polo Sur, y allí mi alma se vuelve de hielo recordando, ensoñando… Después la Catedral, si es que puede aún llamarse así, pues a pesar de los esfuerzos que están haciendo por reconstruirla aún queda una ardua tarea. Me da la sensación de que a ese área le inunda la tristeza, o quizá sólo es que me ha inundado a mí después de ver la estatua de Scott y recordar la tragedia de los Héroes de la Antártida.

De una Catedral vamos a la otra, a la llamada Catedral de Cartón, realizada en un tiempo récord para sustituir temporalmente a la maravillosa catedral que tenía la ciudad y que ahora recibe numerosas visitas por la peculiar obra de ingeniería que supuso su construcción. Después a la curiosa calle Regent Street donde para acceder pasamos por unas galerías por las que también circula el tranvía. Esta calle está llena de restaurantes, bares y muy buen ambiente, aunque para disfrutar del ambiente nocturno también tenemos la zona de Oxford Terrace, más cercana al Jardín Botánico.

Habíamos visto un restaurante a la entrada del Jardín Botánico, que nos pareció perfecto para nuestra última cena en Nueva Zelanda, así que nos dirigimos a él y resultó ser de un español. Quise conocer un poco más acerca del dueño, pues una foto con su nombre completo estaba en la pared, así que en internet encontré la biografía del hombre que falleció tristemente en 2020 después de haber pasado su vida explorando también a su manera, como hizo Scott, como hacemos todos, viajeros o no. Buscando nuestro lugar, nuestra pasión, nuestra expedición…

Dia 21: Christchurch – Vuelo a Fiyi

Aquí termina nuestra vivencia en las antípodas. Fue perfecto: el clima, el tiempo dedicado a cada lugar, todo lo que hicimos… En Nueva Zelanda hay muchísimo por ver y hacer, y es cierto que tres semanas no son suficientes, pero considero que es una buena cantidad de tiempo para dedicarle al país. Aunque, de no encontrarse al otro lado del mundo, seguro que repetiríamos la visita a menudo, porque Nueva Zelanda es, simplemente, espectacular.


Datos prácticos

  • Visados: Los españoles no necesitamos visado para estar en NZ menos de 90 días, pero sí necesitamos la NZeta, una autorización electrónica de entrada en el país, que cuesta alrededor de 70 euros. Además, una vez tengamos nuestra NZeta, 48 horas antes de entrar en el país debemos rellenar un formulario on line, aunque también se puede rellenar al llegar a destino haciendo el proceso más lento.
  • Tarjeta SIM: Debido a los altos precios de las tarjetas SIM en el aeropuerto, en este caso, siendo lo contrario a lo habitual, sale más barato comprar una eSIM y tener datos desde el primer momento, evitando sobre costos en el aeropuerto.
  • Cómo moverse: La mejor forma de moverse por la isla es sin duda con vehículo propio. Nos costó mucho decidirnos entre alquilar una autocaravana (cosa que muchísima gente recomienda) y alquilar un coche, y realmente, en nuestro caso, cada día estuvimos muy agradecidos por haber optado por alquilar un coche, a pesar de que yo he tenido furgoneta camper por 20 años haciendo cientos de viajes, pero no es lo mismo cuando tu tienes tu propia furgoneta, conoces sus fallos y sus virtudes, sus dimensiones, sus consumos, su manejo. A cuando alquilas una a saber en que condiciones, sin verla antes, pagándola previamente, al otro lado del mundo, todo ello sumado al estado de las carreteras o características de estas en algunos casos. Y eso sin contar que en muchísimos sitios está prohibido acampar o pernoctar, por lo que habrá que pagar un dinero extra para ir al camping además del dinero extra del consumo de gasolina. Pero ese no es el mayor inconveniente, en nuestro caso consideramos que lo peor era en los días de lluvia o fuerte viento, que al menos, teníamos un sitio seguro, caliente y resguardado donde estar tranquilamente trabajando en el blog, cocinando, preparando itinerarios o simplemente leyendo un libro o viendo una película sin preocuparnos de nada más.
  • Repostar: A la hora de repostar, hay gasolineras de bajo precio donde no aceptan tarjetas extranjeras, pero hay un truco para poder hacerlo desde los surtidores previo pago. Es sencillo, tendremos que poner una cantidad, nunca podremos seleccionar depósito lleno, pues ahí es donde la máquina colapsa. Eso sí, nos tendremos que asegurar de que en nuestro depósito entra dicha cantidad, pues no lo comprobamos pero creemos que si echas de menos, no devuelve después el dinero.
  • Aseos públicos: Una de las mejores cosas a la hora de recorrer el país por nuestra cuenta con un vehículo de alquiler, es que no tenemos que preocuparnos de dónde y cuando poder usar el baño, pues en todos los lugares encontraremos aseos públicos totalmente gratuitos, generalmente muy limpios y con papel higiénico. Y cuando digo en todos los lugares es en todos porque hasta en las rutas de montaña más frecuentadas, los encontramos cada cierta distancia (en estas ocasiones sin papel, pues ya sería el colmo.
  • Prognóstico del tiempo: El tiempo es muy variable en las zonas de montaña, por eso, además de visitar la web oficial de Niva (wheater.niva.co.nz), otra opción si queremos asegurarnos de cómo hace en un preciso momento, será mirando las cámaras Web que hay en diversos puntos, como por ejemplo aeródromos o estaciones de esquí.
  • Alertas sonoras: Si en mitad de la noche, o a cualquier hora del día suena una alarma estrepitosa en la población en que nos encontremos, en principio no hay que asustarse, pues es bastante habitual y no suele tratarse de nada grave. Simplemente se emite esta alerta para poner en conocimiento de los voluntarios de la ploblación algún tipo de suceso que requiere de su presencia. De este modos consiguen avisarlos y que estos se desplacen a la oficina de protección civil correspondiente para atenderlo.
  • Patinetes Uber: En las ciudades principales son una buena manera de desplazarse de un punto a otro. Con la aplicación de Uber es muy sencillo de usar, solo hay que escanear el código QR del patinete que hayamos encontrado en el emplazamiento que queremos, y comenzar a usarlo. Para devolverlo, será también en el punto que nos interese, abriendo la aplicación y algo muy importante, sacando una foto de cómo lo hemos dejado aparcado para subirla a la App.
  • Rutas en bici: En los últimos años se han popularizado las rutas en bici en el país, despertando una fiebre inusitada entre ciudadanos y extranjeros; y aunque el proyecto de hacer una red extensa de rutas ciclistas es bueno, aún queda mucho por hacer, y aunque las rutas estén promocionadas, estén señalizadas y dispongan de servicios de todo tipo, en algunas ocasiones las hemos considerado peligrosas debido a que las que aún están desarrollándose discurren mayormente por carreteras convencionales de un solo carril por sentido, sin arcenes y con numerosas curvas, teniendo además en cuenta que son las rutas más transitadas por los turistas que vamos en coche o autocaravana, por lo que no se veía muy agradable desde nuestra posición, a pesar de que somos amantes de las rutas en bici. También decir que algunas de estas rutas incipientes, en algunos tramos constan de un sendero, asfaltado o no, paralelo a la carretera que intenta proteger más al ciclista, aunque esto no le salva de un camino ruidoso y monótono en ocasiones. En el extremo opuesto, decir que las rutas más turísticas, generalmente no discurren por tramos de carretera ni cercanos a ellas, pero por supuesto, hacer estas rutas en un momento dado, no es lo mismo que estar haciendo la Alpes2Ocean en un viaje de bikepacking…
  • PIE”: No puedo dejar este blog sin hablar de la comida estrella en NZ, el tentempié que nos salvó los almuerzos casi todos los días, el Pie, una especie de empanada de hojaldre de tamaño individual, rellena de las cosas más inimaginables (siempre que nos encontremos en una buena bakery). Tienen un precio de entre 3 y 5 euros, y pesarán unos 300 o 400 gramos, llenando muchísimo. Los más comunes son carne picada de ternera con queso y pollo con crema, pero los encontramos hasta de gambas al ajillo.