LA VELODYSSEE

De La Rochelle a Hendaya

600 kilómetros de bikepacking en solitario

Muchos días de preparativos previos antes de tomar la sucesión de trenes que me llevarán hasta la frontera francesa. Con las alforjas cargadas y bastante emocionada pongo rumbo al que será mi primer viaje sola en bicicleta.

Tras cinco horas de tren que se tardan en recorrer los 350 km que me separan de Irún, llego casi al anochecer. Es lo que tiene viajar en un Media Distancia, que es lento, pero lo prefiero si a cambio puedo llevar la bicicleta montada y equipada. Allí paso mi primera noche, aún en España.

Por la mañana cruzo la frontera pedaleando rumbo a Hendaya, donde esta vez, sólo podré disfrutar de un corto paseo a lo largo de la línea de costa con una breve parada en la oficina de turismo para obtener el pasaporte oficial de La Velodyssee que previamente solicité por internet, para después ir a la estación en la que esperaré al tren que me lleve a destino. El pasaporte, aunque parezca una turistada, tiene sus ventajas, pues en algunos establecimientos a lo largo del recorrido te ofrecen descuentos, ya sea en alojamiento, en comida, e incluso café gratis como más adelante comprobaría.

Después de más de seis horas de tren, con transbordo en Burdeos, aquí es donde realmente empieza mi viaje, en La Rochelle. Al fin he llegado a esta ciudad que me acoge con aire festivo sabatino, día soleado y música en directo mientras comienza el descenso del sol.

Busco mi albergue, desnudo a mi bicicleta, y me la llevo liviana a conocer lo que esta ciudad nos muestra. Es un lugar que me deja tan fascinada que siento que sólo por el hecho de haber venido hasta ahí, ya todo ha merecido la pena.


Dia 1: La Rochelle – Rochefort – 60 km

El día amanece precioso, despejado. Desde la cafetería del albergue municipal puedo ver cómo brillan los mástiles de los veleros del puerto de La Rochelle con los primeros rayos del sol. El desayuno es fabuloso, incluye croissant francés al que me acostumbraré pronto en cada uno de los días de este viaje.

Comienzo la ruta, alejándome del centro de aquella ciudad que la noche anterior me cautivó, dejando cada vez más lejos sus históricos edificios, avanzando por la línea de costa, junto a arenales, casas dispersas, palafitos y gente en bicicleta con sus quehaceres de domingo, para ir disfrutando de un paseo solitario en el que lo único que veo es mar durante largo tiempo, hasta llegar a Châtelaillon-Plage, una ciudad costera donde predominan las casas coloridas con una arquitectura sublime y decoración amable, cuidada al detalle. Merece la pena alejarse de la ruta marcada y perderse por sus calles.

Esta localidad, donde buscando un supermercado me encuentro inesperadamente con una exposición de vehículos clásicos y un mercadillo de productos artesanos, se convierte en el lugar perfecto de descanso en el ecuador de mi día. Permitiéndome disfrutar del ambiente festivo, me siento a comer mirando fijamente hacia el lugar donde vuelan las cometas…

Cuando el viento me ha refrescado lo suficiente, reanudo el viaje. Pronto el paisaje comienza a cambiar, borrando por completo la playa para dar lugar a cuencas donde explotan la ostricultura, y se palpa el ambiente dominical viendo a los franceses disfrutar en todos los restaurantes de este manjar a orillas del mar, acompañándolo de un buen vino blanco. Es domingo, es verano, y ambos hechos están muy presentes.

Después del último restaurante costero, tras un giro inesperado, el paisaje cambia y el mar se despide por un tiempo, para ir pedaleando tierra adentro, por una larga y agradable planicie marrón y verde.

Así es como se llega a Rochefort, lugar precioso cargado de historia que merece la pena visitar cuando el sol aún acompaña.


Dia 2: Rochefort – Royan – 85 km

Desde la salida de Rochefort se van sucediendo una serie de paisajes muy cambiantes, en primer lugar la zona medieval de la localidad va alejándose y empezamos a encontrarnos los suburbios cada vez más extensos, para convertirse luego en unas pocas casas diseminadas adosadas a una carretera con mucho tráfico que discurre paralela al carril bici. Vuelven las poblaciones, esta vez deshabitadas, casas completamente cerradas en pueblos de la Francia profunda.

Continúo pedaleando hasta llegar a las marismas de Marenne, en medio de uno de los mayores vientos que he sentido en bicicleta en mi vida. Estoy completamente sola en medio de la nada, circulando por un camino de tierra con marismas a ambos lados. La zona se me hace complicada, por no poder avanzar apenas y por sentir esta soledad. Más tarde de lo que hubiera imaginado alcanzo el viaducto de la Seudre y sin dudar, ni mirar a ningún lado, agarro bien el manillar y me decido a cruzarlo. Me encantaría parar y tomar algunas fotos pero el viento me empuja de costado contra la vía por la que circulan automóviles que pasan a mi lado. Voy con demasiada prisa en este entorno tan bello, pero en este momento nada agradable.

Al otro lado del viaducto el paisaje repentinamente se ha transformado, ahora solo puedo ver el verde de kilómetros y kilómetros de bosque, el Bosque de la Coubre. Avanzo por un bonito camino sombreado y protegido del viento, veo varios parkings con coches repletos de familias que se dirigen a la playa, yo muero por darme un baño como ellos, pero también muero por comer algo, así que cuando veo el antiguo Food Truck vendiendo suculentas hamburguesas en una explanada con arena de playa y tumbonas en las sombras de los altos pinos casi no tengo tiempo para aparcar mi bicicleta y arrojarme a descansar y devorar.

Estoy muy cerca del Faro de la Coubre, al llegar a los siento como un lugar precioso. Creo que todo se ve más bonito cuando realmente ha supuesto un preciado esfuerzo llegar allí. Cuando considero que la visita ha merecido la pena, y pienso que hay demasiada gente en este lugar en agosto, continúo buscando un lugar tranquilo donde echarme la siesta, y lo encuentro en Les Mathes, en un pedacito de pinar a orillas del mar. La vida es perfecta así, viajando ligero, descansando donde te apetezca, haciendo lo que consideras en cada momento. Creo que voy entendiendo un poquito más la vida viajando en bicicleta.

Todo el entorno continúa exactamente igual, pero todo se me antoja completamente diferente después de este ratito de pura felicidad.

Al cabo de un tiempo abandono la «verde nada» para ir adentrándome en pintorescos pueblos costeros con cabañas sobre el mar en sus orillas, y gente disfrutando tranquila y relajadamente del verano.

Es un ambiente tan agradable que al llegar a Royan me parece una ciudad demasiado grande por la que pasear, desearía haber parado un poquito antes, además de por el cansancio acumulado, por la atmósfera de esos lugares previos.

Al acostarme, noto el ejercicio realizado en el día en todo mi cuerpo, finalmente han sido 94 kilómetros pedaleando y 4 más andando por el pueblo, dando un paseo…


Dia 3: Royan – Lacanau-Ocean – 85 km

Hoy me hubiera gustado empezar antes a pedalear pero las circunstancias son las que me marcan: en Royan hay que tomar un transbordador para cruzar al otro lado de la desembocadura del río.

El primer barco sale a las 9:30 de la mañana y hasta un poco más tarde de las 10 no me encuentro de nuevo en tierra firme para poder comenzar a pedalear. Demasiado tarde para los 85 kilómetros que tengo en mi cabeza, además, éstos kilómetros corresponden a tres de las etapas oficiales descritas en la página web de La Velodyssee, de la que dicen que los últimos 33 kilómetros son los de mayor dificultad en toda la ruta, pero al bajar del barco, aún no sabía lo que me esperaría.

El camino discurre junto al primer asentamiento con un bonito faro, y luego a lo largo de más y más bosque, sabiendo que al otro lado está el océano, pero en raras ocasiones se puede ver la playa, y diría que casi en ninguna se puede ver el mar si no es saliendo del camino. Pero no quiero desviarme porque sé que hoy la jornada es larga. Empieza a llover, pero por suerte, todo queda en unas gotas que apenas humedecen mi ropa.

Tras 30 kilómetros hago una parada en Montalivet les Bains, un pueblo donde descansar a reponer fuerzas viendo el animado mercadillo, pues casualmente, el pueblo estaba en fiestas, y debido a esto, todos los supermercados estaban cerrados. Así que tras almorzar el triste sandwich que había traído preparado, y unas barritas energéticas de emergencia, puse rumbo al que pensaba sería el pueblo de mi salvación a 20 kilómetros de donde me encontraba, Hourtin-Plage. Después de un recorrido totalmente sola, esta vez desanimada, porque todo era monótono, no me encontraba con nadie, no cruzaba carreteras, ni siquiera veía gente pedaleando en el horizonte; llegué a lo que pensaba que sería un pueblo, pero en realidad era un asentamiento de casas móviles al lado del mar, con un camping en el que no había nada más que un cruce de caminos sin indicación, que me desorientaba y no me permitía avanzar. Antes de que llegara la angustia saqué mi móvil para ubicarme y saber dónde me encontraba para poder tomar el camino correcto, pero mis esfuerzos fueron en vano, no tenía cobertura.

En medio de la nada, sin nadie, sin comida, sin cobertura, cansada, comenzando mi particular desesperación, apareció mi Jesucristo rubio preguntando en inglés si necesitaba algo ¡claro que lo necesito! Me dijo que estaba alojado en el camping y se encontraba dando un paseo en bicicleta sin rumbo, así que me acompañaría hasta Lacanau-Ocean. En ese momento sentí que fue una especie de milagro que aquel chico me acompañara durante los 33 kilómetros con más ondulaciones de toda la costa francesa, esperándome, dándome conversación, y compartiendo la dureza, pero también la satisfacción de ese tramo más complicado.

El cansancio mental es el que manda, mucho más que el cansancio físico, y ese día mi mente estaba agotada. Sólo puedo darle las gracias.

Despedimos el día con una maravillosa puesta de sol, disfrutando de cerveza y música en directo a pie de playa mientras esperábamos a que su madre le fuera a buscar con la camioneta para llevarlo de vuelta al camping, pues el camino había sido duro para ambos.


Dia 4: Lacanau-Ocean – Arcachón – 80 km

He aprendido que para hacer la ruta que te propones no es necesario tener la mejor bicicleta, basta con la que tengas, sólo tienes que saber cuidarla, entenderla y seguir las indicaciones de tu cuerpo. Hoy mi bicicleta se ha ganado su nombre “Velo”, porque «velo» es bicicleta en francés, y porque es con V de valiente. Está haciendo conmigo una gran ruta. Aún estamos en el zenit, pero su nombre ya se lo ha ganado.

He dormido toda la noche apretando las muelas, con malos sueños y barajando una posible retirada por Burdeos, debido al mal trago de ayer y la dureza de las circunstancias psicológicas al encontrarme durante tantos kilómetros totalmente sola. Pero yo no soy de retirarme, a no ser que vea mi objetivo prácticamente inalcanzable, y esta vez no lo es. Obviamente, voy a continuar.

El día discurre cercano a la playa, entre esporádicas gotas de lluvia y las amenazantes nubes que no me dejan ver el sol. El viento vuelve a levantarse y la lluvia se dispara justo en el momento en que estoy disfrutando de la réplica de la estatua de la libertad de Nueva York situada en algún punto de estas interminables llanuras rematadas con una playa que en ocasiones alcanzo a ver.

El camino continúa anodino, sin nada reseñable hasta llegar a Andernos, un bonito pueblo al pie de la Bahía de Arcachón donde en la oficina de turismo me dicen que puedo tomar un ferry para cruzar la bahía y llegar hasta Arcachón, pero tras darme la información me dicen que para el día ya están todas las plazas vendidas, así que tengo que continuar pedaleando los 40 kilómetros que inicialmente tenía previsto.

A partir de este pueblo, el camino Euro1 es una vía verde, es decir, una antigua vía de tren convertida en ciclovía, que discurre entre las casas del pueblo, rodeada de árboles en ocasiones, y pasando por maravillosos jardines que me dejan anonadada. Estoy disfrutando mucho de este tramo, es diferente, ya no es sólo pinos, hay algo que ver, aunque no hay mucho que hacer más que parar a la orilla del lago de Biganos para comer y dormir algo de siesta mientras familias con niños pequeños intentar pescar algún pez, a la vez que dan de comer a los patos.

Al coger de nuevo la bici, observo cómo mi rueda trasera está cada vez más y más desgastada. Mi idea es llegar al hotel y cambiar la cubierta delantera por la trasera, pues la delantera sufre menor desgaste, pero de camino al mismo, veo un decathlon y no me lo pienso, aún estoy a mitad de camino, y tarde o temprano acabaré necesitando otra cubierta, así que no voy a desaprovechar la oportunidad de hacerme con una cubierta nueva para no tener problemas más adelante.

Se ha hecho tarde, estoy en una ciudad más cerca del polígono que del centro en sí, así que opto por dedicarme la tarde a mí, a comprar comida, lavar ropa, cambiar la cubierta de la bici y descansar, esta vez no voy a hacer turismo por la ciudad, estoy lejos del centro, llueve y no es mi día. Si en lugar de parar en Archacon hubiera hecho noche en La Teste da Buch, todo hubiera sido distinto, esa sí que es una ciudad que merece la pena ver, pero no me apetece hacer 10 kilómetros más para después tener que regresar… Hoy no.


Dia 5: Arcachón – Mimizan-plage – 85 km

Comienzo a pedalear seca, con mis maillots recién lavados que comienzan a mojarse en el primer cruce, donde la incipiente lluvia empieza a calar. Hay que ponerse el chubasquero y continuar para afrontar la subida de la Duna de Pilat.

Cerca de una hora lloviendo y no hay tregua. Consigo ver en el mapa que un poco más adelante, llegando a la duna, hay varios campings y chiringuitos donde poder sentarme a tomar algo en lo que la lluvia amaina, pero a medida que voy llegando y pasando por cada una de esas ubicaciones en el mapa veo que no existen, que todo el área es un cementerio de árboles y estancias devoradas por las llamas de un reciente incendio. En lugar de un sitio agradable donde parar con vistas a la duna de Pilat, encuentro kilómetros y kilómetros de nada, cenizas, árboles secos, arena y coches que circulan por la carretera adosada que me salpican a su pasada. 

Sigo pedaleando sin disfrutar realmente, la lluvia no cesa y el camino al lado de la carretera no es agradable, hasta que una señal me indica que la cruce y me interne en una zona de pequeñas dunas cercana a la playa. Están reforestando, se comienza a ver un poco de vida, y eso me encanta. Pronto los pequeños arbolitos dejan paso a tallos más altos y más antiguos que indican que esta zona no fue afectada.

Llego a Biscarrosse Plage en el momento en que la lluvia golpea con más dureza, las olas parecen querer saltar el muro construido al borde del litoral, parece que lo quieren derribar. La gente corre hacia el interior del pueblo porque súbitamente el viento se ha hecho insoportable. Todos estamos allí, cubiertos por los toldos de las típicas heladerías de un lugar hecho únicamente para el disfrute estival. Las chanclas se mezclan con los chubasqueros y cortavientos, los bañadores pasan a ser cubiertos por toallas ahora mojadas. Pero así es la vida en agosto en esta parte de Francia, lo mismo llueve sin cesar cuatro horas, que despeja y no se vuelve a mojar nada. Cuando la lluvia parece que va amainando, continúo la ruta comprobando cómo el camino se interna entre un pequeño bosque con divertidos sube y baja, para después desembocar en una de las zonas más bonitas para mí en este viaje, el lago de Biscarrosse. Ya apenas hay rastro de lluvia pero aún no puedo divisar el horizonte con claridad.

Los veleros frotan sus mástiles a causa del viento que los azota, convirtiéndolo en un baile cada vez más suave, con un particular modo de ir perdiendo cadencia. Aprovecho para ir a uno de los numerosos aseos que hay en cada lugar público de Francia, algo que me encanta aquí, y al salir, parece como si me encontrara en otro lugar, la tormenta ha amainado, el sol está comenzando a brillar en la humedad que ha recibido la hierba y los verdes se potencian aún más. El lago está mucho más bonito ahora, el sol brilla, la luz hace que sonría y me de la energía para continuar hasta el pueblo de Biscarrosse, donde me detendré a pasear por sus calles medievales antes de continuar hacia el lugar para el picnic perfecto, encontrado como siempre, por casualidad: La Plage de Gastes. Este lugar es lugar ideal para almorzar, en el lago, con arena, bancos, parques, muy tranquilo, y además, el sitio donde por primera vez veo a otra pareja de cicloturistas que también paran a descansar. 

Después, el camino hasta Mimizan Plage no se hace muy largo, pues es variado, entre bosques, áreas de autocaravanas, carreteras adosadas e internándome entre casas, dos horas y media más tarde he llegado a mi destino, esta vez, a muy buena hora en la tarde, por lo que dejo mi bici y salgo a pasear por esta agradable villa a pie de mar donde hay mucho ambiente. El sol brilla y escucho música en directo mientras tomo una cerveza viendo cómo el sol se esconde sobre la línea del horizonte justo enfrente de mi… El entorno es idílico, y el camino nocturno hasta mi hostel, que es una casita tradicional al lado del rio, no puede ser más romántico. Muy recomendable pasar una noche en Mimizan Plage.


Dia 6: Mimizan-plage – Moliets et Maa – 60 km

Desde primera hora de la mañana me noté floja. Lo sabía en cuanto nada más desayunar pensé en volverme a la cama, algo que nunca me pasa. Sabía que me esperaban muchos kilómetros de «nada verde» por delante, creo que por eso me costaba, porque no encontraba aliciente.

Pero la vida hace que en un momento las cosas cambien completamente.

Tras una hora y media pedaleando de nuevo entre arboles, quise parar para hacer un descanso, beber agua y evacuarla también, pero al bajarme de mi bici, vienen a mí una decena de moscardones de los cuales uno de ellos tiene la capacidad de picarme a través del maillot, ni siquiera me da tiempo a soltar la bici antes de volver a subirme en ella y seguir pedaleando mientras veo que hay millares de moscardones como ese por todos los lugares, en todas y cada una de las jaras, intentando perseguirme cuando paso a su lado, así que no tengo más remedio que continuar, continuar y continuar, hasta que después de otra hora y media más, consigo encontrar el cruce con una carretera donde repentinamente ya no hay vegetación, por lo que también parece que las moscas se han ido. Es mi momento para acercarme hasta el lugar a donde lleva esa carretera, para admirar la playa o lo que me vaya a encontrar y hacer un merecido descanso tras 47 kilómetros pedaleando sin parar.

Al llegar a borde de playa me encuentro el sitio más maravilloso de este viaje, el sitio más mágico que he visto en mucho tiempo, me atrevería a decir, con casas de madera semi enterradas en la arena, con calles que no son calles, ocultas por la arena de la playa, como si del lejano oeste se tratara. Gente en sus casas con vistas al furioso mar, golpeando contra la orilla de una inabarcable playa que se empeñan en barrer en balde para poder entrar en sus casas. Un lugar donde a partir de noviembre no habita nadie, pero que, a mucha gente le encantaría habitar una de esas casas fuera de temporada, me incluyo a mi misma. Este lugar es Saint-Girons-plage, nunca podría olvidarlo…

Me gusta viajar así, sin prisa, sin tener que recorrer una cantidad de kilómetros exacta porque tengo un alojamiento reservado. Hoy no es el día de eso, es el día de volar y dejar volar la imaginación sobre todo. Cuando te relajas y dejas fluir la vida es cuando surge lo inesperado.

Al acercarme a la caseta de vigilancia para preguntar dónde hay un lavabo, veo una bici tan cargada como la mía y un chico cerca almorzando a la sombra. Me acerco para hablar con él, pues llevo varios días en los no he podido hablar con nadie, y lo que es la vida, su acento hablando en ingles me indica claramente que nuestro idioma materno es el mismo. Por unas horas compartimos risas, vivencias y planes de futuro en bicicleta. En unos pocos meses, este gallego estará dando la vuelta al mundo en solitario. Al despedirnos, porque viajamos en direcciones opuestas, solo puedo agradecer a la vida que hayamos compartido este rato.

El día es excesivamente caluroso, se ha hecho muy tarde por el hecho de estar simplemente disfrutando, y ahora pedalear se hace menos soportable. Tengo que parar en el lago de León a descansar, a replantearme que quizá no haga los 80 kilómetros que tengo previstos. Y finalmente, me detengo a buscar un lugar donde poder pasar el resto del día y descansar, y ese lugar está solo a unos kilómetros más, Moliets-et-Maa.

Al llegar a Moliets busco mi camping, donde pasaré la noche en un bonito tipi cerca de la playa. Dejo todas mis cosas allí y me voy con «Velo» otra vez desnuda a tirarme en la arena al lado del mar, a disfrutar del resto de la tarde y darme un baño en este día bochornoso que me tiene fatigada.

Después de cenar, vuelvo a mi tienda, ya es de noche y me encuentro felizmente en la cama a salvo de las gigantes arañas que hay fuera, pero cuando consigo dormir, el ruido de un trueno me despierta, y después el resplandor de los relámpagos. El sonido del agua corriendo a mi lado, más y más rayos acercándose, más y más agua, tanta que está empezando a filtrarse entre el toldo supuestamente impermeable del tipi, parece como si estuviera durmiendo en medio de una neblina, pero sintiendo los claroscuros de los relámpagos que me tienen atemorizada. Tengo miedo. Todo el sueño se me quita de golpe. Recojo mis cosas y las meto en las alforjas para que al día siguiente pueda tener ropa seca. No sé cuanto tiempo pasa hasta que deja de llover torrencialmente y consigo dormir. Sólo recuerdo, que a la mañana siguiente, notaba la ropa de cama tan húmeda que no podía seguir allí por mucho tiempo, así que tras una mala noche después de un gran día, puse rumbo a mi siguiente parada.


Dia 7: Moliets et Maa – Bayonne – 60 km

Ayer pedaleé menos de lo que me hubiera gustado, así que hoy me espera una rodada muy larga. A primera hora de la mañana no está soleado pero al menos tampoco continúa lloviendo. Preparo a «Velo» y salgo del camping poniendo rumbo al País Vasco Francés, mi zona favorita del país. Conozco cada lugar, cada pueblo, cada playa a lo largo de la costa, pero esta vez, el hecho de hacerlo en bicicleta creo que me hará conocerla aún más y de una forma particular.

En el primer cruce empieza a llover, comienza suave pero enseguida puedo ver en el cielo que no es una lluvia normal, es una lluvia de las que te empapan, de las que te calan hasta los huesos, de las que miras al cielo y sabes que no va a cesar…

Me encanta este lugar, cada pueblo, cada villa, cada casa de campo, cada camino, pero por desgracia no lo puedo disfrutar de la manera que me gustaría. El desgaste mental es fuerte, sumado al desgaste físico por la incómoda noche dormitando en medio de la terrible tormenta y con las sábanas húmedas. Pero continúo tranquila, sin angustiarme, pedalada a pedalada.

Cabpbretón es precioso, el único inconveniente ese día es que al llegar diluviaba y no podía parar en ningún bar porque no me dejaban resguardar mi bici bajo el sotechado de la terraza, a pesar de que llovía como si me estuvieran regando con una manguera. Así que continúo, totalmente empapada, hasta encontrar la oficina de turismo donde me dejan quedarme por una hora para secarme antes de echar el cierre a mediodía.

Tengo que continuar mi camino, pues apenas he hecho 25 kilómetros y ya es la una de la tarde, pero sigue diluviando. Pero antes busco un sitio donde parar a comer y esperar a que la lluvia no sea tan fuerte. En mi búsqueda encuentro un local cutre con un sotechado que resulta ser un diminuto restaurante vietnamita, quizá sea una señal de lo que está por llegar en mi próximo viaje. Quiero pensar que es así. La lluvia amaina mientras como, y aún lloviendo ligeramente me pongo de nuevo en marcha, pero en menos de una hora, tengo que volver a parar bajo los toldos de una heladería abandonada en un cruce de caminos. Me quito los playeros y los calcetines, escurro estos últimos, y vuelvo a mi camino porque sé que no va a parar de llover y si no sigo, nunca llegaré.

Continúo bajo la lluvia, más y más, la carretera se pierde en ocasiones y se convierte en un camino de tierra totalmente enfangado y encharcado. Algunos charcos son tan grandes que provocan que mi pie entre completamente en ellos anegando todo mi calzado. Pedaleo todo lo rápido que puedo, ahora entre casas, entre calles completamente desoladas por este día lluvioso que hace que la gente esté resguardada. En parte, lo agradezco porque apenas me cruzo con ningún coche que pueda salpicarme o ponerme en peligro, pues el carril bici símbolo de la Velodyssee ha terminado al aproximarnos a Bayona.

Tras ocho horas lloviendo, completamente empapada, cuando consigo leer el cartel de Bayona, por poco las lágrimas se me escapan… Decido no continuar mi camino y hacer noche allí, aunque el mediodía siguiente tengo que tomar un tren en Irún de vuelta a casa y aún me quedan 60 kilómetros más, pero hoy sí que siento que no puedo continuar. Tras buscar un hotel céntrico, ducharme y ponerme ropa seca para salir a cenar dándome un homenaje después de todo lo que había conseguido superar, veo que los bomberos están cortando la calle del lugar donde me alojo, están achicando agua, pues todo está inundado. Pasan la noche allí trabajando, y yo, paso una noche más en vela, porque la luz del hotel se va debido a las torrenciales lluvias, y por si fuera poco, mis vecinas de habitación llegan de madrugada completamente borrachas con una linterna, gritando y dando golpes en las paredes porque no ven nada. Quiero levantarme, recoger mis cosas y marcharme, pues tengo una larga jornada por delante, pero sin luz no consigo ver absolutamente nada. Toca esperar a la claridad del alba.


Dia 8: Bayonne – Hendaya – 55 km

Con las primeras luces del día salgo de Bayona, llevo un calzado de emergencia con el que no es igual pedalear, pues mis zapatos siguen empapados, pero mi ánimo está muy arriba, me siento feliz porque ya siento que lo he logrado. El camino ha sido muy duro pero de eso se trataba: «Ojalá las cosas no te salgan como las tienes planeadas».

He pasado por zonas tan conocidas para mí, ahora vistas de una manera tan diferente que me ha encantado; aunque en el día de hoy he echado en falta el poder haberlo hecho de una manera más relajada. Aún así, ha sido precioso, el Pais Vasco Francés es impresionante. También el camino lo es, con rompepiernas de subidas y bajadas que para nada esperaba.

Biarritz me encanta, me fascina. Me llena de recuerdos que me aportan felicidad. Sólo lamento no tener tres horas más para poder gozar de todo lo que me rodea.

Continúo sin lluvia en mi último día, disfrutando de las vistas al mar, del oleaje rompiendo salvajemente contra los muros que delimitan el agua, subiendo y bajando interminables toboganes que me llevan más tiempo del que me gustaría. Disfruto y le sonrío a la vida.

Un poquito antes de llegar a Hendaya, la localidad que me vio partir hace ya más de una semana, visualizo una enorme bajada. Es la última gran bajada después de tanta subida. Y ahí, al bajar, ha sido el momento en el que me he puesto a llorar de felicidad. Ahora sí que lo he conseguido, lloro porque lo he logrado, lloro por todo lo que me ha supuesto y todo lo que esto significa para mí. Llorando por toda la linea de costa, entro de nuevo en la oficina de turismo a poner mi último sello en el pasaporte, y ya relajadamente voy disfrutando del camino, buscando el rumbo para atravesar el puente que me situará de nuevo en España. He llegado, y aún me ha sobrado tiempo para celebrar antes de tomar el tren de vuelta a casa.

Estoy en el tren, cansada, con un ojo puesto en «Velo» y el otro en todo lo demás. Mi compañera, mi amiga, «Bon courage». Ha sido genial. Ha sido especial. Mis primeros 600 kilómetros de bikepacking, y ¡han sido en solitario!

Estoy orgullosa de mí y estoy orgullosa de ti, «Velo».


6 respuestas a “LA VELODYSSEE”

  1. ¡Bien hecho! Mereces estar orgulloso de ti mismo (& Velo) despues de una aventura tan increíble…

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    1. Miles de gracias 🥰

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  2. Maravillosa aventura, enhorabuena y gracias por compartirla.

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    1. Muchísimas gracias Jose! Me alegro de que te haya gustado.

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  3. Avatar de Carlos Guerrero Galán
    Carlos Guerrero Galán

    Sigue viajando, sigue escribiendo, sigue disfrutando, sigue…

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    1. Muchas gracias Carlos! Seguiré… todo 😊

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