Estar tranquilo

Ya no tengo la necesidad de ese «hacer» constante persiguiendo mi ideal, porque la vida me ha dado más de lo que pudiera imaginar.

Ya no necesito tomar esa excedencia para viajar, porque ya lo hice durante dos meses, y fue la experiencia que necesitaba en mi vida para entender y para sanar.

Ya no necesito irme sola al otro lado del mundo para demostrarme a mí misma de lo que soy capaz. Ya fui. Y después, a muchos lugares más. Lo pasé increíblemente bien, y todas las veces volví.

Pero cuando una vuelve de todo eso no es la misma.

Cuando una hace lo que busca, lo que desea; después solo puede agradecer el haber sido tan afortunada, valiente, y constante de perseguir sus sueños y tomar decisiones para alcanzarlos.

Se calma la inquietud de la mente y del alma. Se apaga ese sentimiento que produce la necesidad vital de tener que hacer algo y no «poder» hacerlo. Siempre puede hacerse. Sólo hay que vencer las excusas que nos inventamos y atreverse a traspasar los límites del miedo.

Es la única manera de hacerlo.

Cuando buscamos más dentro de nosotros, es cuando las búsquedas menos están relacionadas con el tener, y más están relacionadas con el ser y con el estar.

Estar tranquilo.

Una mente atormentada me preguntó una vez cuál consideraba que era el mejor estado en la vida. Recuerdo muy bien aquel día en el que contesté: estar feliz. Y él me respondió: estar tranquilo.

Tenía razón. La tranquilidad es un estado muy difícil de alcanzar para las mentes inquietas. Siempre queda mucho por hacer: sueños, proyectos, ideas y objetivos por cumplir, en los que seguir trabajando cada día. Pero ya no existe la necesidad de hacer ese algo concreto para estar tranquila.

Ya lo hice. Ya soy.