Segundo vuelo de hoy. A punto de despegar en Bangkok…
Parece ser que esta parte del viaje, mi viaje en solitario, tenía que empezar aquí. Sí o sí. No fue una decisión propia, aunque reconozco que en un principio pensé que ésta ciudad tenia que ser el lugar de inicio. Fue decisión de la compañía, quien canceló mi vuelo directo de Kuala Lumpur a Siem Reap en el día de hoy, desconociendo el motivo. Así que tuve que pensar, y mis opciones no comtemplaban en ningún caso quedarme un día más en Malasia viendo como mi amiga volvía a España sin mi. Así que me tenia que marchar el mismo día que ella, de la única manera posible, en dos vuelos, haciendo escala en Bangkok.
En este lugar empezó todo. Aquí estaba hace un año. Aquí empezó a transformarse mi vida. Aquí se materializó la idea que tanto tiempo llevaba golpeando mi mente y la necesidad de dar un paso que siempre había deseado pero nunca me había atrevido a dar. Nunca hasta hoy. Aunque previamente haya ido dando pequeños pasos hasta por fin, hacer el salto sin red.
Me he despedido de Ana entre lágrimas, según sus palabras sintiéndose como una madre que deja a su hija en la guardería el primer día de escuela. Realmente yo me he sentido como esa niña que tiene ganas de empezar una nueva etapa, pero a la vez, quiere volver a casa. Todo contradicción, como el sabor agridulce, como Asia.
El ajetreo del momento no me ha dejado pensar más, no he podido pasar el control de acceso porque mi mochila doblaba el peso permitido, es el inconveniente de querer viajar “ligero” de equipaje.
Por segunda vez me he despedido de Ana, con tres pares de pantalones puestos, siete camisetas, un vestido a modo de bufanda, un frontal luminoso a modo de collar, dos pares de calcetines hasta las rodillas rellenos de ropa interior, y los pesados imanes para la nevera de mi madre en los bolsillos del último pantalón (nunca pueden faltar). Conseguidos rebajar 7 kg de equipaje, con suerte de que no me hayan pesado a mí ni a la bandolera, he entrado en ese territorio aislado y atemporal que son las salas de espera de los aeropuertos. Ahí mi sensación ha sido otra, después de los nervios del equipaje, aún tenía ganas de llorar, de pensar en que Ana todavía estaba al otro lado y mi opinión podía cambiar. Ese primer vuelo ha sido raro, con las lágrimas brotando, pensando en porqué tengo esta necesidad, de probar, de viajar, de explorar. Maldita inquietud que me agrada y a la vez me deja desamparada. Solo quiero vivir, y esto forma parte de entregarle vida a mi alma.
Sin saberlo, mi escala de tan sólo dos horas no era de conexión. He tenido que pasar por el mostrador de inmigración, entrar oficialmente en Thailandia y volver a salir. Por si acaso me quedaban dudas, parece ser que era necesario estampar en mi pasaporte por duplicado que este viaje comienza realmente aquí.
Apenas una hora después, estoy en el segundo vuelo de hoy. A punto de despegar, otra vez. Tengo mala letra, el ruido de los motores no me deja pensar, la aceleración me empuja hacia atrás.
Me sigue dando miedo volar. Literal.
Pero ya me da menos miedo “volar”. Hay que vencer el miedo para poder vivir de verdad.
Voy feliz porque puedo hacerlo. Estoy orgullosa de mi.
Vuelvo a llorar, pero ya no es por miedo.
Lloro a causa de mi propia felicidad.
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